📖 CAPÍTULO 6 📖

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La entrada del castillo se encontraba abarrotada de estudiantes expectantes a la próxima llegada de sus visitantes

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La entrada del castillo se encontraba abarrotada de estudiantes expectantes a la próxima llegada de sus visitantes. Gwen estaba apoyada sobre una de las columnas de piedra del patio, ajena y desinteresada ante el brillante acontecimiento que tendría lugar en escasos minutos. Una luna pálida brillaba sobre el bosque prohibido cuando las agujas del reloj marcaron las seis en punto y Dumbledore gritó:

—¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

Sus palabras causaron un alboroto de griteríos y exclamaciones. Todos los allí presentes alzaron sus cabezas con la intención de ser los primeros en conocer la identidad de los jóvenes que surcaban el cielo en su dirección en un carruaje de color azul pálido arreado por una docena de caballos alados de crin y cola blancas.

La primera en salir de aquel carruaje fue una tal Madame Maxime que se refirió al director como «Dumbledog» debido a su dificultad para pronunciar la «r». Sus alumnos aparecieron tras ella, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años. Madame Maxime preguntó por un tal «Kagkagov» antes de desaparecer por las puertas del castillo una vez asegurados sus «cogceles».

Gwen notó en ese momento una presencia tras ella que le incomodó, se sentía observada. Cuando se giró para ver de quién se trataba, dio con la escarlata e intrigante mirada de su cuentacuentos particular, Adley Pusset.

—¿Otro cuento, miedica? —saludó él sonriendo con sorna.

—¡El lago! ¡Mirad el lago! —gritó alguien a sus espaldas impidiendo que Gwen contestara a su arrogante compañero.

La joven bruja, que poco se había visto interesada por la llegada de los franceses, sí que pareció tener curiosidad por los búlgaros de Durmstrang. Desde que comunicaron en el Gran Comedor que ese año iba a celebrarse el Torneo de los tres magos, a Gwen se le ocurrió que podría ser una buena idea participar y demostrarles a todos su valía. Para Gwen, los rivales fuertes eran los de Durmstrang, y lo confirmó cuando reconoció el rostro de Viktor Krum, uno de los mejores buscadores del mundo, entre todas aquellas corpulentas siluetas.

—¿Te gusta? —volvió a hablar Adley detrás de ella señalando con su cabeza a Krum. Sonreía con la convicción de haber dado en el clavo y una pizca de malicia en sus ojos.

—Nada que ver, Pusset —contestó ella chasqueando su lengua y observándole de reojo.

—Pienso aplastarle en el Torneo.

—¿Vas a presentarte? —Esta vez Adley sí consiguió su atención. El joven se irguió en su sitio y se cruzó de brazos.

—¿Qué mejor representante de Hogwarts que yo? ¿Acaso no me crees capaz?

—Yo también voy a presentarme —confesó Gwen con seguridad.

—Te recuerdo que solo los que hayan cumplido los diecisiete años pueden hacerlo.

Secretos de Hogwarts. La profecía de MothflutterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora