04: Ritalin

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CAPÍTULO 04: RITALIN

03 de septiembre, 1984

Merry Hills, Texas

Como podrás imaginar, en un pueblo cuyo periodismo se veía embrujado por un aburrimiento perecedero, la gaceta de Merry Hills se encargaba de sacar cualquier provecho a cualquier noticia en cualquier medida relevante, cosa que en ocasiones derivaba en lo que papá llamaba «noticias amarillistas». Nunca entendí a qué se refería con eso.

Un artículo del volumen del tres de septiembre, por ejemplo, acusó de manera indirecta a Homero Taylor de haber implementado vías extremas, y, por ende, poco éticas para conseguir el peso y tamaño de la Gran Calabaza, así como a un sujeto de identidad no concretada de haber saboteado la naturaleza de la misma para provocar la explosión. Y cito:

«Potasio, fósforo y nitrógeno: probablemente, el 90% de las 1.999 libras de la pulpa de la Gran Calabaza de los Taylor ha sido ultra-potenciada a niveles inconsumibles para haber alcanzado tal extremo de hacerla estallar mediante el uso de fertilizantes abrasivos y perjudiciales, no sólo para el sano consumo humano, sino también para el medio ambiente.

Fuentes confiables, por otro lado, toman en cuenta las probabilidades de que la Gran Calabaza haya sido alterada mediante el uso de químicos por un ente externo a la familia bajo las peores de las intenciones; una hipótesis a la que una considerable suma de pueblerinos se inclina a creer por respeto al honor que acarrea el linaje de la familia agricultora por antonomasia de Merry Hills».

—Vaya —fue lo único que me nació decir al leer la parte trasera del periódico de papá, quien había entrado a mi habitación para darme un paracetamol.

Desperté con la boca seca y los párpados hinchados. Ese fue el día que le mentí seriamente por primera vez en la vida diciéndole que cogí un resfriado en el festival de la cosecha, y que eso había condicionado la decisión de llevar a los Forman a casa más temprano y faltar aquel día a la escuela.

—¿Y qué le pasó al despertador? —preguntó, señalando al aparato hecho añicos en el buró.

—Se me cayó —murmuré, removiéndome entre las sábanas—. Y luego explotó. Tal vez hubo un cortocircuito en el interior, o algo así. No estoy segura.

Él bufó.

—Se lo llevaré a los Grover, y les diré que tengan cuidado con la porquería que venden... Pudo haberte caído un trozo en el ojo, ¡o peor! Pudo haber iniciado un incendio.

—¿Incendio?

—No te dejes engañar por su tamañito. A estas alturas, uno ya no sabe realmente lo que está comprando —estuvo por girarse, pero de pronto volvió la mirada hacia mí—. Hablando de esto, recuérdame comprar baterías doble A para tu viaje escolar, Beverly. Las linternas son unas bestias para consumir energía...

Yo sólo asentí, o farfullé algo, no puedo recordarlo con exactitud. Creo que esbocé una vaga sonrisa que se miró más como una mueca.

—Papá...

—¿Sí?

—Ganaste en el juzgado, ¿verdad?

Él hojeó el periódico en sus manos en busca de una página determinada. Cuando la encontró, volteó la cara del papel con una imagen suya sosteniendo la medalla junto a su mesa del juzgado en mi dirección.

—Vengo haciéndolo todos los años desde el setenta y nueve —dijo—. ¿De verdad creías que pararía este año? Las viejas de Red Foxes me aborrecen.

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora