13: Una vez más

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CAPÍTULO 13: UNA VEZ MÁS

27 de octubre, 1984

Karnack, Texas

Desperté en medio de una oscuridad de esas que te cuestionar dos veces si realmente abriste los ojos, y me vi engullida por las influencias del entorno que invocaban mi lado más supersticioso: el canto de los mirlos y zorzales ya no era una melodía de cuna; era más como una amenaza de venganza por la masacre de los carpinteros, y las enrojecidas hojas de los maples y robles de agua suscitaban una alarma para los cinco sentidos. Ya ves, reanudar el sueño me fue imposible. Por eso casi me quedo dormida escuchando a Terry hablar durante el desayuno.

—No fue la gran cosa —le contaba éste a Joe, quien se había perdido el recorrido en bote por su fobia a navegar—. Estábamos en la tercera parada, atravesando un montón de árboles con cosas colgantes y raíces y...

—Cipreses —interrumpí, sin despegar la vista del plato frente a mí—. Eran filodios de cipreses, y sus rodillas.

«Filodios, cipreses, rodillas...». Ni siquiera entendía qué estaba haciendo él en nuestra mesa de picnic. Además, Michelle estaba a mi lado, lo que significaba que debía tolerar la humedad de su voluminoso cabello que no sólo le había mojado el noventa por ciento de la parte trasera de la camisa, sino que también me salpicaba a mí cuando se movía.

—Sí —replicó Terry—. Eso. Luego comenzaron a cantar los pájaros que martillan los árboles. ¿Se imaginan que...?

—Carpinteros.

—Ajá... Carpinteros. ¿Se imaginan que los botes no hubiesen tenido techos?

—Habría estado asombroso —opinó Michelle con la boca medio llena. Pude sentir el roce de sus chanclas contra mis tobillos. Moví el pie.

Entonces sucedió algo. Alcé la vista y encontré la mano de Mick extendida sobre la mesa, a diez centímetros de mi izquierda. Consideré lo impensable, pero no lo hice. Bajé la mía y la moldeé al borde del asiento.

Él me imitó.

Los diez centímetros se redujeron a tres. Intenté retirarla, pero él me lo impidió de una manera tan brusca que rozaba lo desesperado, y me miró. Le escruté el rostro al tiempo que me soltaba del agarre, devolviéndonos a la posición previa. En un momento en el que el reducido espacio de madera en medio de ambos se había vuelto un tablero de ajedrez y nuestros dedos las piezas, Mick de pronto parecía esperar el próximo movimiento mío para poder idear un jaque mate.

Yo tenía al pulgar protegido en los márgenes del tablero, aunque hicieron falta pocos movimientos para verme cerca de un jaque al rodearse de las piezas de Mick. Amenacé a un meñique de Mick al posicionar el mío ante éste, en un intento por tomar control del tablero y proteger mis barreras, pero la verdad es que logré muy poco: Mick rompió las reglas de los movimientos lícitos y anuló el espacio restante entre las piezas, encerrándolas en una misma casilla. Cero centímetros. Abandonamos la partida dirigiéndonos la mirada. Yo deshice las posiciones de mis piezas al mover la mano en un intento por simplemente retirarla, pero Mick deslizó la suya por encima de ésta. Jaque mate.

Los límites de la segunda noche llegaron para hacerme encarar mi nuevo mayor temor del viaje, más allá de las cobijas de nylon: haberme vuelto la homicida de una familia de carpinteros y la contemplación del índice de probabilidades de haber asesinado también a mi madre.

Pensé en Erin, después de mucho; después de haber pasado tantas veces frente a la puerta del consultorio sin la voluntad suficiente como para girar el pomo. Pensé en el alcohol como una excusa.

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora