❛ CAPÍTULO 03: EL LABERINTO DE HENO ❜
21 de agosto, 1984
Merry Hills, Texas
Mi día favorito de la semana era el día que me tocara cuidar a los Forman. Era como viajar en el tiempo, pero sin máquinas exóticas ni trucos cuánticos de por medio.
La tarde de aquel veintidós en cuestión, la madre de los niños —llamada Chastity, por cierto, un nombre bastante sureño a mi parecer— me esperó en el porche para dejarle la llave de la casa y breves instrucciones que, cumplidas con prudencia, asegurarían el bienestar de sus hijos, comenzando por los pasos para descongelar la lasaña. A veces me confundía mucho el concepto de brevedad que tenía la gente. La cosa es que yo asentía tanto como Erin cuando me escuchaba hablar, hasta que el padre de la familia tocó la bocina y Chastity me plantó un beso en cada mejilla para correr tan rápido como los tacones le permitían hacia el auto. Yo me despedí de Harold Forman con la mano, y los miré marcharse hasta que consideré prudente entrar a la casa.
Al cerrar la puerta, sonidos de pisotones comenzaron a brotar desde las escaleras como una carrera de caballos. La primera en asomarse desde el barandal fue Robin, con un cepillo incrustado en un nido de cabello húmedo. Tony bajó a toda prisa dándole un tirón al cepillo en el camino, y ella se las arregló para desprendérselo de la cabeza y tirárselo a su mellizo en la espalda. El chico soltó un gemido de dolor y...
—¡Maldita perr...!
—¡Estoy aquí! —intervine. Dejé caer su bolso en el sofá y el chico me miró, con el ceño fruncido, y se limitó a responder:
—Ah... Te cortaste el cabello.
—Ni lo intentes. Te escuché —negué con la cabeza y seguí de largo a la cocina, a lo que él tornó los ojos.
—Ignoralo, Beverly —añadió Robin, que ahora caminaba detrás de mí habiéndose rendido ante el nudo en su cabello. Robin siempre estaba caminando detrás de mí, por algún motivo—. Está molesto porque le encontraron unos videocasetes que...
Tony tiró de su brazo y la acercó a él.
—¡Jesús, Robin! —masculló— ¿Alguna vez cierras el pico?
—No es mi culpa que seas un pervertido —murmuró Robin de vuelta.
Y yo, que estaba de espaldas a ellos, me giré en su dirección con la bandeja de lasaña congelada en las manos y me uní a la reunión secreta para pedirle a Robin que por favor abriera el horno para alistar la lasaña. Luego, mientras esperábamos el transcurso de veinte minutos recomendados por Chastity, nos sentamos en el sofá a mirar un episodio de M.A.S.H.. A los chicos no les hacía tanta gracia como a mí, pero la miraban sin espetar quejas por más cariño que respeto, quiero creer, porque yo no me quedaría en un sofá a mirar una serie que no disfruto sólo por respeto.
Sin embargo, en aquel momento no tenía la mente en el majestuoso cabello de Margaret Houlihan. Tenía la mente en Tony y Robin y en la culpa que le precedía al sentimiento de envidia que me despertaban... y en algunos pensamientos de índole existencialista.
¿Eran los mellizos lo suficientemente conscientes del tiempo y el espacio? Yo, por ejemplo, no podía evitar mirarlos y pensar que mientras yo me percibía a mí misma como una chica torpe, distraída, obsesiva e infantil, para ellos, opuesto a mis creencias propias, haría reventar el barómetro que mide qué tan genial una persona podría ser. A decir verdad, me gusta la palabra barómetro. Suena muy sci-fi, si lo piensas bien. Pero ese no es el punto. El punto es que la envidia recaía, en tal caso, en que ellos estaban viviendo el pasado y no lo sabían; un pasado que dentro de varios años desearían poder visitar una vez más, y, Cristo, no eran conscientes de ello. Ese es el problema conmigo: que nunca puedo sólo vivir el presente, porque respiro sumida en esta aciaga melancolía que me hace sentirlo como un recuerdo y no una vivencia. No estoy segura de si tiene sentido, aunque tampoco creo que deba tenerlo. Sólo sé que suelo sentirme como si viviera atrapada en una fotografía, y me pone terriblemente triste que nadie más sonría para la cámara, de modo que abrazar vívidamente el momento era mi mecanismo de autodefensa contra éstos arrebatos de la nostalgia, en especial ahora, habiendo conseguido la oportunidad de revivir el pasado que implicaba ser una pieza más en el tablero de Tony, Robin y el pequeño Richie, con la diferencia de estar vez ser consciente de ello, y no como cuando viví todo aquello con mi hermano.
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Uno es multitud #PGP2024
Teen FictionEs 1984 y Beverly Kane está convencida de que sus sobrecargas sensoriales derivan en desastres telequinéticos. Beverly tiene dieciséis años y tendrá que bregar con una serie de dilemas que implica la búsqueda de todos los plurales que la componen, a...