❛ CAPÍTULO 05: CORONAS DE OTOÑO ❜
08 de septiembre, 1984
Merry Hills, Texas
Desperté con la vejiga tan llena que sólo moverme dolía. Estaba tan acostumbrada a ignorar el incremento del dolor hasta que llegaba al punto límite que, en una ocasión como aquella, dejé de prestarle atención a mis necesidades fisiológicas después de la cuarta cerveza. Tal vez no habría podido incluso queriendo hacerlo.
Me balanceé hacia un costado, apoyando la mano en el borde de la cama. Solté un gemido de dolor cuando logré sentarme y la presión en el vientre fue demasiada para quedarme callada. Ponerme de pie, luego de haber logrado la posición previa, resultó más fácil e indoloro de lo que estimé. Lo difícil fue dar el segundo paso, luego de que el primero me hiciera sentir que la vejiga me explotaría si avanzaba un centímetro más. Me dolía. Me dolía como los cojones; como un puñal clavado en el vientre, como una calabaza inflándose y amenazando con explotar. Pero pude. Claro que pude. Aunque consideré la idea de permitirme a mí misma mearme en el piso y volver a tumbarme en la cama, yo decidí avanzar.
Había leído de esto antes en la clase de biología, entre tanto, así que a pesar de todo no me sorprendía verme envuelta en tal situación. Sabía que uno, como humano, tiene una hormona de nombre exótico que no estoy en las facultades de recordar, cuya función en resumidas cuentas radica en manejar el control de la absorción de agua en los riñones y, por consiguiente, disminuir la producción de orina; y que el alcohol es capaz de disminuir o incluso inhabilitar en su totalidad a la hormona en cuestión, impidiendo la reabsorción del agua que uno está supuesto a desechar mediante la orina. Pero aquel no era el único contribuyente al dolor que me hacía retorcerme en el retrete conforme descargaba el contenido que llevaba en la vejiga: existía otra razón primordial y a su vez desconocida para mí en ese entonces: el lúpulo.
El Señor Lúpulo es mucho más que un componente de la cerveza; es aquel actor en su estructura con la tarea de contrarrestar la amargura de la malta, con un determinante efecto diurético que actuaba como una bomba masiva en la situación que tenía lugar en mi vientre.
Entonces, la ecuación en la pizarra que mi organismo trataba desesperadamente de descifrar se veía algo así:
- Hormona Antidiurética (ADH) + Diurético (Señor Lúpulo) = Descontrol total de procesamiento de líquidos renales.
—Vasopresina...
Sí, Beverly. Ese es, ciertamente, el nombre de la hormona antidiurética que aniquilaste la noche anterior.
Cuando pensaba que mi vejiga estaba por terminar de vaciarse, el chorro de pronto aumentaba y subsistía como una vertiente perpetua. Me distraje demasiado mirando el desagüe de la ducha y pensando en la boca del retrete como la susodicha alcantarilla del Amazonas.
Demoré varios segundos en percatarme de que el chorro, en medio de las divagaciones, había cesado. El pecho me pesaba, como si se hubiese desmayado en el Sáhara y permanecido con veinte kilos de arena caliente encima. La boca, tan seca como si la hubiera tragado, también; pero, por sobre todo, que las náuseas fueran nulas era un alivio que decidí no cuestionar, aunque no tan grande como la sensación del vacío absoluto en la vejiga.
Omití siquiera limpiarme antes de subirme las bragas por mero descuido, y arrastré los pies de vuelta a la habitación, dispuesta a tirarme en la cama y reanudar el sueño. No obstante, algo —alguien— me lo impidió. Pegué un respingo cuando abrí la puerta y mi hermano estaba allí, sentado en la esquina de la cama. Éste se puso de pie tan pronto como entré.
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Uno es multitud #PGP2024
Teen FictionEs 1984 y Beverly Kane está convencida de que sus sobrecargas sensoriales derivan en desastres telequinéticos. Beverly tiene dieciséis años y tendrá que bregar con una serie de dilemas que implica la búsqueda de todos los plurales que la componen, a...