15: Oklahoma!

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CAPÍTULO 15: Oklahoma!

22 de noviembre, 1984

Merry Hills, Texas

En Merry Hills esperaron aquella nieve de noviembre desde hacía cuatro años como quien espera un perdón: de piernas cruzadas en un sillón de hieles. La nevada del ochenta fue la interrupción de una racha anual que se estimaba imperecedera, y ésto no se supo hasta el año próximo, cuando aún esperaban la nieve de pie y la desgraciada nunca llegó.

Los supersticiosos del pueblo decían, no obstante, que el incendio del miércoles treinta y uno suscitó tal misericordia en Dios que éste decidió compensarles la tragedia con una tarde de nevazo que Míster Culpepper tomó la iniciativa de conmemorar: propagó una invitación abierta a quien estuviera interesado en ser comensal de una cena de Acción de Gracias en la calidez de su granero, bajo la condición única de llevar prendas para donar al Refugio de la Fe, donde se llevaba a cabo una colecta de bienes que pudiesen servir a los más necesitados en las fechas invernales.

Colton, por su parte, prescindía del pesar que acarreaba la labor de despejar la entrada de la casa con una pala ante la promesa de volver a ver a Benedict en la brevedad, incluso si aquello significaba entregarle un obsequio y no volver a hablarle nunca más, pues se sabía digno y merecedor del gesto que la fecha buscaba conmemorar a pesar de la impronta de su puño en el ojo. Los ahorros le habían alcanzado para comprarle una edición de segunda mano del libro que protagonizó sus charlas nocturnas durante aquel verano de pasiones clandestinas, así como un par de medias con su nombre bordado en cursiva, y por mera melosidad le grabó también una mezcla de sus pistas favoritas de Fleetwood Mac en una cinta que llevaba el título «CRÓNICAS DE UN OTOÑO AZUL» en tinta negra semipermanente.

—Más bien crónicas de un ojo azul —le decía yo, mientras pateaba una pieza de metal que comenzó a acompañarme desde que salimos de la casa.

—Sólo está confundido..., y frustrado..., y resentido con sus padres.

—Pero no es justo arrastrar una tragedia y creerse en el derecho de hundir a los demás en su propia miseria, Colton.

Él bajó la mirada. Ambos sincronizamos el paso. Luego respondió:

—En el amor, en el verdadero, es inevitable que las miserias de uno se conviertan en las del otro, Lily.

Y aunque estaba parcialmente equivocado, yo no soy la más pertinente si de consejos de amor y ese tipo de calamidades se trata, así que no dije una palabra más en el resto del camino intentando conciliar un modo en el que aquella ley del corazón pudiese ser válida en el contexto Colton-Benedict. Y me acordé de Mick Marvin. Y de cuando nos besamos. Y no obstante a las confusiones ligadas a los sentimentalismos, pensé en que hacía sólo una semana desde que me incorporé a los ensayos de Oklahoma! como reemplazo de Fernie Richman para el papel de Laurey.

Evité a la coestrella del elenco oficial a toda costa. En parte porque el nombre de Fernie se sobreponía al mío en mi mente como un garabato de grafito, y en parte por lo que sucedió el otro día, cuando Mick insistió en llevarme a casa. No hablamos en todo el camino. En serio. Recuerdo, sin embargo, haber notado lo nervioso que realmente estaba cuando se equivocó en un cruce que forma parte de su recorrido diario. También me obsequió un par de baterías. «Para tu walkman», dijo, luego de ordenarme abrir la guantera y cogerlas. Yo le respondí que las baterías eran el impuesto de los misándricos, o una basura por el estilo. Ni siquiera sé por qué mierda dije algo así. Yo no odio a las personas. Sólo odio las cosas que hacen. La cosa es que, al llegar al letrero de Orange Valley, me hizo una pregunta que parecía más direccionada a conversar conmigo antes de despedirse que por querer ofrecerme una menta:

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora