11: The Police

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CAPÍTULO 11: The Police

18 de octubre, 1984

Merry Hills, Texas

El panorama octubrino en Merry Hills es surreal. El inventario nunca es suficiente para las fechas si se trata del Ático del Fantasma, la tienda de artilugios de Halloween; las filas para la pastelería de la señorita Emilia cruzan la esquina, atraviesan la cuadra; naranja, legumbres, paraguas, y mi familia no está inerme a semejante arrebato cultural, pues la sidra comienza a demandarse con una disparatada intensidad tan pronto como el último domingo del mes, día dedicado a la misma, se hace esperar.

—Llego el sábado al caer el sol —nos hizo saber a Colton y a mí, que lo mirábamos desde el seno del paraguas—. Me ofrecieron diez barriles, pero veré si puedo negociar más para estar bien cargados hasta noviembre, o de lo contrario no llegaremos siquiera al día de la sidra.

—Buen viaje —respondió mi hermano—. Te prometo no destruir el bar, por cierto.

Eso fue cruel. En serio lo fue. Recuerdo que le di un codazo por decir eso. Luego me despedí, y me subí al auto para darle un abrazo a papá. Cuando me bajé y emprendió camino, hizo un ademán de despedida con el sombrero, aunque no rebasó la casa sin antes gritar:

—¡Y los quiero en casa antes de las nueve!

Entonces se fue bajo el aguacero con destino al sureste. Y de algún modo aquello se sintió como una bocanada de aire, no fresco, sino tibio, aunque el incremento en la temperatura de mi sangre se hizo notar al día siguiente, siendo uno de esos en los que a Colton se le cruzaban los cables en el sistema nervioso y me trataba como a la peste. El día siguiente, por ejemplo, a duras penas me dirigió la palabra antes de salir a la escuela mientras yo le hablaba sobre las ideas para disfrazarnos en dúo para la noche de brujas, puesto a que desde su llegada al pueblo no nos habíamos dignado a conversar sobre retomar la tradición. No obstante, su silencio ante el asunto me hacía sentir tan pequeña y estúpida que de pronto me dieron demasiadas ganas de discutir al respecto.

—¿Qué pasa contigo? ¿Es que ahora soy un espantapájaros? Si quisiera hablar sola, hablaría con...

—Jesucristo, Beverly, ¿es que tú nunca cierras el pico? Hay cosas más importantes que la maldita noche de brujas. ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? Jesucristo...

Y eso fue suficiente para presionar el botón de silencio en mí. Ese era otro de los problemas conmigo: que difícilmente soportaba afrontar las discusiones que yo misma comenzaba. Pero la verdad, entre tantas verdades, era que lo más doloroso no se reducía a eso. No. Considerarlo así significaría restarle relevancia a caminar en compañía de Frances por los pasillos de la escuela mientras una munición de preguntas me estallaban en la cabeza como misiles, todas radicando en lo mismo: «¿Por qué Colton sí trata bien a Michelle, Terry y Joe cuando se siente mal, pero es tan cruel conmigo?».

Cruel, como los padres de Benny. No encontré una palabra más precisa. Era como si de pronto él despertara y decidiera desbocar toda la ira que le trajo la situación de Benedict sobre mí sin piedad, y ahora que Bo no estaría cerca por tres días, no tenía siquiera por qué disimularlo. Por el contrario, aquello parecía potenciar sus intenciones al tiempo que yo en verdad —en verdad— quería entender lo que mi hermano sentía, pero apenas y comenzaba a entender la complejidad de las relaciones no convencionales, haciendo de lado las razones y los sinónimos, porque el amor no busca eso. El amor no busca eso. El amor no busca eso, Beverly, y métetelo en la cabeza como puedas. No podía preguntarle a Colton al respecto, y mencionarlo a alguien más se sentía políticamente incorrecto. Y, carajo, cómo odiaba la ideología de prescindir del entendimiento para priorizar la aceptación. Pensé, en diversos momentos y en diversos lugares y en diversas voces: «¿Cómo esperan que acepte algo naturalmente sin entender en primera instancia sus cimientos?».

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora