10: Azul y amarillo

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CAPÍTULO 10: AZUL Y AMARILLO

08 de octubre, 1984

Merry Hills, Texas

El club de drama de Merry Hills High cuenta con una metodología concreta a la hora de revelar el elenco seleccionado para sus obras. Ésta fue ideada e implementada desde tiempos inmemorables, e involucra cuatro listas: la amarilla y la azul de chicas, y la amarilla y la azul de chicos.

Las listas amarillas enumeran los nombres de aquellos elegidos junto a su respectivo papel; las azules, no obstante, citan a los suplentes de la lista amarilla en caso de que por motivos adversos, éstos no pudieran cumplir para la fecha pautada. Y aquel lunes salió a la luz el elenco oficial para la obra de teatro de Oklahoma!

El hecho de que Rupert colgara los dos pares de hojas en la cartelera informativa trajo consigo una avalancha de aspirantes cayéndole encima como un chubasco septembrino al hormigón: una pesadilla que decidí limitarme a presenciar desde el extremo opuesto de la puerta de la cafetería hasta que el cúmulo se disolviera.

—Ojalá pudiera decirte quiénes fueron los elegidos —confesaba Frances a mis espaldas, que había decidido suprimir la adrenalina para acompañarme en la espera, mientras yo observaba la escena a través de la ventanilla de la puerta—, pero ni siquiera a nosotros nos permitió fisgonear las listas.

Entonces me cansé de ver un montón de espaldas y nucas, así que me torné hacia ella.

—Yo puedo esperar —dije—. La verdadera pregunta es si tú puedes.

—¡Claro que puedo! Sólo necesito una buena charla, y estaré bien.

Con los años aprendí a asociar el término «buena charla» con «chismes» cuando venía de la boca de Frances, así que le pregunté si sabía algo de Benedict, más por obtener una novedad que hacerle llegar a mi hermano que por genuino interés, pero me dijo que ni siquiera había visto a los Fannin desde hacía días. Luego ella me preguntó por Colton, y yo le dije que por supuesto sabía de él, porque es mi hermano, y entonces añadió:

—Me refiero a cómo lo ha llevado, Beverly. Ya sabes, la situación.

No me agradó la manera en la que dijo la palabra «situación». En ese momento, recordé la noche en la que Colton abandonó la cena para despedirse de Benedict y lo encontré sentado en una silla del comedor por la madrugada, cuando había salido de mi habitación por un vaso de agua. Tenía la mirada fija en la estufa. En apariencia, había puesto a calentar una lata de un embutido para que el mismo saliera ascendiendo por el extremo opuesto.

—Sólo así se puede sacar de la lata en silencio —explicó, adelantándose a lo que yo pretendía preguntar—. La otra forma es golpeándola con un martillo por una hora y media.

Pero fijarse en el rostro de Colton hacía que aquel asunto importara muy poco. «Estuviste bebiendo», le dije, más afirmando que preguntando, y comenzó a desesperarme que no me mirase a los ojos. Me preguntó si acaso podría culparlo por ello. Entonces, como en serio no podía culparlo, me senté en la silla de al lado y me uní a observar el espectáculo de la lata. Le pregunté cómo le fue despidiéndose de Benedict, e intentó forzosamente reírse hasta lograrlo al tiempo que observaba cómo el embutido estaba por terminar de salir por completo. Las últimas oraciones de la historia se convirtieron en carcajadas, como si de un chiste absurdo se tratase. No obstante, las lágrimas de risa no tardaron en convertirse en un llanto de ira.

Dejó caer el peso de su torso sobre mí, y hundió el rostro en mi cuello. Yo reaccioné lo suficientemente rápido para sostenerlo con ambos brazos y envolverlo, como un crío recién salido del vientre. Eso me rompió el corazón, que él también lo tuviera roto; pero no iba a contarle eso a Frances. A veces debo obligarme a imaginar a otra persona haciéndome algo para poder decidir si estaría bien que yo lo haga, y decidí que no me habría gustado que mi hermano le contara algo así sobre mí a sus amigos.

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora