08: Buenos vaqueros, Beverly

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CAPÍTULO 08: BUENOS VAQUEROS, BEVERLY

22 de septiembre, 1984

Merry Hills, Texas

Ir a la escuela un sábado se sentía ilegal, y miserable, y todas las definiciones ambiguas que había comenzado adoptar desde las últimas semanas.

Como es de auspiciar, me sentenciaron con detención aquel sábado por el arrebato que tuve en la clase de Kuznetsov, lo cual es bastante jodido, si me lo preguntas. Creo que el sistema está fallando en el momento en que mandan a un estudiante a detención por tener un desborde emocional en lugar de al consejero escolar. Es realmente jodido, al igual que salir y encontrarse con la gente de los sábados por la mañana, que hacían cosas rutinarias los sábados por la mañana; pero yo no era una persona del sábado por la mañana. Era una persona de lunes a viernes por la mañana, y sábados y domingos por la tarde. Atravesar la plaza, por ejemplo, fue lo más cercano a transportarme a otra dimensión que en la vida experimentaría: un grupo religioso reposaba sentado en círculo sobre el césped, y un par de guías con biblias leían en voz alta para después reflexionar colectivamente; los barrenderos limpiaban los restos de paja que volaban por las calles durante las noches desde el huerto de los Taylor; y el alcalde caminaba junto a un equipo uniformado con una tabla en la mano anotando los planes para trabajar durante la semana entrante.

Entonces un chico en patineta me interceptó, dando una vuelta alrededor de mí para que me detuviera, lo cual en serio me frustró por un momento.

—¿Cuál es tu maldito problema, Marvin?

—¿Mi problema? —repitió— ¿Cuál es el tuyo? ¿Qué te pasó en la cara?

—¿A qué te refieres?

—A que tienes un parche en el puente de la nariz y tu rostro está... violeta, y escuché lo que sucedió en la clase de Kuznetsov.

Ah. Eso.

El hecho de que los orígenes del golpe se remontaran a haber sobrepensado en Terry Hughes la tarde anterior sonaba bastante comprensible en mi mente, pero ya había caído en esa trampa antes. Si tan solo Mick hubiera estado allí y entonces, me habría visto abandonar la tarea inconclusa una vez más. Me habría visto tirar la bola de papel en la basura y mirar la hora en el microondas: cuatro y media de la tarde. Papá llegaría en casi cinco horas y Colt posiblemente antes, así que abrí el refrigerador y cogí una lata de Shiner.

Tomar la primera fue lento por mera fuerza de voluntad, pero las próximas dos juntas me tomaron el mismo tiempo que sólo la primera. Tenía que vaciar esas latas. Ese era el ansia que me mantenía la pierna inquieta bajo la mesa. ¿Para qué darle tanta larga antes de pasar a la próxima? No soportaba la idea de tener una bebida llena en la mano por tanto tiempo.

Pensé en lo sola que estaba y en que quizá hablar mientras bebes es lo que te retiene de pegar la boca al metal cada tres segundos. Esa era la dinámica ideal, ¿no es así? Pero qué importa. No tienes que conducir, Beverly. Solo debes orinar. Recuerda...

—Baterías doble A.

Me rasqué la nuca. ¿Y si comía algo? Eso también podía frenarme de llevarme la lata a los labios tan seguido. Volví a ponerme de pie y rebusqué algo apetecible en el refrigerador. La mejor alternativa parecía ser un pie de calabaza con varios días encima, así que lo cogí y lo comí directo del molde.

El estómago se me revolvió en la cuarta cucharada. El sabor se me oxidaba en la lengua cada vez que el dulce de la calabaza se estrellaba contra la malta de la cerveza. Quería parar. Era disgustante. Me veía durmiendo sobre mi propio vómito, y aunque luego le pediría perdón a Dios por sucumbir a la gula, en cierta medida estaba funcionando. Estaba funcionando. Esa cerveza me tomó, como mínimo, un par de minutos más que las anteriores al intercalar una cucharada de pie de por medio.

Uno es multitud #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora