«Solo soy un hijo de payasos», fue lo que me dijo el día que lo encontré. Todavía no sé qué significa.
La vida de un practicante de medicina es muy agitada. Los constantes ruidos, las personas que se mueven a mi alrededor y las frases que debo capturar en el aire mientras contengo el impulso de voltear a cada llamado que escucho son algunas de las situaciones que debo aprender a manejar. Luego están los rostros contraídos de los pacientes que luchan —no todos— contra el dolor y la desesperación cuando llegan heridos. También los llantos que nacen cuando la noticia de lo irremediable cambia sus vidas. Las noches que se vuelven interminables y pesadas. Los días que se van en el descanso tras el amanecer. Las líneas que se forman en mi frente cada vez que frunzo el ceño ante el espejo al tratar de enjuagar mi cara y detener el paso del agotamiento.
Solo tengo veintidós años. Este es mi sexto año en la prestigiosa Universidad de Atenas. El último tramo de la carrera lo vivo aquí, en la emergencia del Hospital General de Tzaneio. Pensé que me costaría más acostumbrarme a este estilo de vida.
—¡Ey! ¡Alexander! —escucho la voz de mi compañero de práctica tras la puerta. Nos estábamos durmiendo uno sobre el otro en la sala de espera y por eso me había levantado para enjuagarme el rostro en el baño. Recojo rápidamente mi cabello crespo para despejar mi frente, ya me he demorado.
—¡Ya voy!
Al ser una vida agitada, es difícil sobreponerse al sueño cuando ocurre uno de estos extraños días en los que no pasa nada. No hay pacientes, no hay heridos, las horas transcurren lentamente y te cansas de ver el reloj. No me gustan esas noches por dos razones principales: es casi eterno llegar a las cinco de la mañana y, por lo general, es el presagio de una desgracia.
Hace algunas semanas, luego de dos días inactivos, las protestas por el asesinato de Killah P trajeron consigo decenas de heridos. La violencia que se desató en El Pireo en contra del partido Amanecer Dorado llegó hasta las puertas del hospital, donde tuvimos que atender a los heridos con lo poco que nos quedaba. Fue extenuante. Me llené de tanta sangre que pensé que se me dificultaría dormir. Falso, el cansancio fue mayor que la impotencia.
Al abrir la puerta, el rostro de Thiago me saluda con una sonrisa de agotamiento enmarcada en unos pómulos salientes y una ligera barba de tres días. Luce despeinado y tiene en sus manos un café caliente, recién servido, justo lo que necesito para apalear las largas horas que faltan para el amanecer. Agradezco el gesto con una sonrisa, quizá igual de cansada, y me uno a él hacia el camino que lleva al otro lado del pasillo.
—Pensé que te habías quedado dormido sobre el inodoro —comenta con una sonrisa confidente. Peina un par de mechones rebeldes que escapan del gel y sus ojos castaños ya se ven rojos por el sueño. Yo reniego con un enérgico movimiento de cabeza antes de soplar sobre el vaso—. ¡Es que habías tardado mucho!
—Por poco me dormía —admito con algo de vergüenza. Una noche me quedé dormido como por media hora y aprendí la lección: el cuello me cobró caro esa postura—. Creo que con este café aguantaré un poco más.
Casi puedo imaginarme ya en la cama, envuelto en mis sábanas y abrazando protectoramente la almohada de seda que me regaló mi abuela Thasso antes de venir a Atenas. Obviamente, nada que pueda contarle a algún amigo sin ver amenazada mi hombría. Pero estas me están esperando en casa y mis ansias por el final de la práctica aumentan. Quizá pueda conseguir algo de pan fresco y yogur antes de llegar.
—Ey, Thiago, ¿qué te viene a la mente al escuchar «hijo de payasos»?
—No sé, ¿una película de terror?
Nos miramos y soltamos una carcajada. Tiene razón, puedo pensar en algo así, pero él está lejos de resultar terrorífico. Me gustaría saber qué significa y sí me llevaría a encontrar su casa, pero él insiste en que no tiene familia aquí.

ESTÁS LEYENDO
Hijo de Payasos (BL)
Tiểu Thuyết Chung¿Qué tanto puede cambiar el destino de un joven ciego que mendiga en las calles de Atenas cuando un idealista y gentil estudiante de medicina se cruza en su vida? Ambuj es ciego de nacimiento, pero no necesita de sus ojos para conocer la crueldad de...