La emoción del viaje se siente en la noche mientras recogemos todo. Ambuj no deja de preguntarme si metimos en la maleta la pasta dental, el cepillo, el desodorante y toda clase de cosas que deben ir según su apreciación. También menciona las palomitas de maíz, como si en vez de a un hotel fuéramos a un campamento. Yo aprovecho para meter condones, lubricantes y enemas como si guardara algo a escondidas de mi madre.
Debo admitir lo mucho que me divierto con los muchos besos que logro robarle para alejarlo del nerviosismo. Las muchas veces que me pego a su boca para robarme su sabor.
Nos acostamos en mi cama, aunque de la emoción me cuesta dormir. Me la paso observando cómo descansa e imaginando todo lo que viene. Pensando en cómo, lejos de casa, lejos de todo, quizá mis manos encuentren espacio en su cuerpo y se cuelen entre sus piernas mientras él usa las suyas para dibujarme. El miedo sigue allí, latente, pero intento no alimentarlo. Quiero confiar que todo lo que hemos estado viviendo significa algo.
En algún momento me duermo. La mañana llega pronto y no nos da tiempo de nada. Tomo su mano y corremos hasta la parada del bus con nuestro equipaje tras haber dejado a Odiseo al cuidado de nuestra vecina. Lo abrazo fuerte cuando su respiración acelerada denota la carrera que emprendimos. Y lo beso una vez más, sobre su comisura, haciéndole saber con eso que ya está bien, que llegamos a tiempo.
Al arribar a la facultad, el bus ya nos espera. Mis compañeros están afuera y el equipaje es llevado hacia el sitio donde es resguardado mientras pasan lista. Lo suelto un momento y le pido que me espere mientras voy a saludar. Thiago es el primero que se acerca, lo saluda y me da un par de palmadas para felicitarme por haberlo traído. Luego, se acercan los demás.
—Les presento a Ambuj Karnezis. —Al decir su nombre y mi apellido, experimento una sensación de pertenencia que jamás había vivido. Aun si solo son sus labios los que he besado.
—¿En serio? ¡Cualquiera pensaría que son primos! —dice uno de mis compañeros, palmeando mi espalda.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta Alexía, otra de mis compañeras.
—Tengo treinta y uno.
—¡Wow! —susurra Aris, otro compañero—. ¡Pensé que tendrías nuestra edad!
Se arma un alboroto al tenerlo aquí y él, aunque contesta, trata de no separarse. Thiago me obliga a hacer distancia para que él pueda soltarse y veo como empieza a responder a las preguntas de mis compañeros, quienes no averiguaron sobre su origen sino sobre sus gustos musicales, bailes y películas. Pronto se empieza a sentir más cómodo. Cuando es el momento, lo tomo de la mano para ayudarlo a subir al autobús.
—¿Estás cómodo? —le pregunto tras habernos sentado. Me acomodo bien y repliego un poco mi asiento luego de haber ajustado las cortinas. Es un viaje largo, así que estaremos en carretera por varias horas.
—Se siente bien.
—Voy a ponerte mejor. —Reclino su puesto y noto con diversión como se sobresalta. Es encantadora la manera en que descubre nuevas cosas en detalles tan sencillos, cosas que en algún momento perdieron el factor sorpresa para mí—. Es para que descanses mejor.
—Oh... —Me sonríe—. Así está perfecto.
Sí, para mí también lo está. Coloco sobre nosotros la pequeña manta que nos entregan para descansar y aprovecho el espacio bajo ella para tomar su mano. Ambuj desliza su rostro hacia mí, buscando mi cercanía. Dejo que repose y pegue su frente sobre mi mejilla.
—¿Puedo? —Interpreto su pregunta porque hace un momento tuve la misma necesidad de besarlo. Deseo juntar mis labios con los suyos para hacerle saber por qué recliné el asiento.
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Hijo de Payasos (BL)
General Fiction¿Qué tanto puede cambiar el destino de un joven ciego que mendiga en las calles de Atenas cuando un idealista y gentil estudiante de medicina se cruza en su vida? Ambuj es ciego de nacimiento, pero no necesita de sus ojos para conocer la crueldad de...