VII

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—¿A dónde vamos? —me pregunta Ambuj cuando le extiendo un suéter tejido que lo proteja de las brisas invernales. La Navidad ha pasado sin pena ni gloria aquí.

A pesar de lo cansado que me siento, la doctora Paxirou me permitió un espacio en la mañana de hoy para atenderlo, así que he llegado, apenas he comido algo después de la práctica y le he pedido que se prepare para salir.

—¿Vamos a comprar frutas? —interroga ansioso. Yo me limito a vestir la chaqueta de jean encima de mi suéter negro para protegerme un poco del frío.

—Vamos al hospital. —No lo miro, solo abro la puerta del apartamento para invitarlo a salir—. Me gustaría presentarte a alguien.

Él no vuelve a preguntar. Toma mi mano en silencio cuando cierro la puerta y ambos caminamos a la estación de Ambelokipi muy temprano en la mañana. Apenas con pan pita y café en el estómago, nos aventuramos a El Pireo para volver al hospital.

¿Qué quiere Ambuj? No lo sé. No quiso denunciar a Evan por lo ocurrido, tampoco se quiso ir. No ha querido hacer nada en estos días y no sé si estoy esperando algo de él. Pero la psicóloga tiene razón, no puedo avanzar sin saber exactamente qué es lo que él quiere. ¿Qué espera de la vida? Solo él puede responder esa pregunta.

Al llegar a El Pireo, tomo su mano de nuevo para avanzar. Él se ha mantenido mudo, con el rostro agachado como si fuera un niño regañado siguiendo a su hermano mayor. Lleva consigo su bastón, aunque solo lo tiene en la mano sin usarlo. Yo me ocupo de guiarlo durante todo el camino, procurando que no se aparte demasiado. Las calles en El Pireo están menos concurridas y el aire a sal que viene de las playas inunda el ambiente. Avanzo junto a Ambuj sin descanso, con la esperanza de que los pasos que estoy tomando sean los correctos.

Antes de entrar al edificio del hospital, él se detiene. Me giro para encontrarlo asustado, apretando sus manos en el bastón y con las cejas fruncidas. Su rostro está rojo.

—¿Me llevarás a un refugio? —pregunta después de una hora de silencio.

—¡No! Estamos en el hospital.

—¿Otra vez me harán exámenes? —Ante sus dudas, solo aprieto sus manos en el bastón, con suavidad.

—Esta vez no. Vas a hablar con una psicóloga. —Veo sus cejas juntarse más—. No te preocupes, solo te hará preguntas. Por favor, responde con sinceridad.

—¿No es un policía?

—No —insisto. Ambuj se sacude incómodo—. Voy a estar al otro lado de la puerta del consultorio. Solo puedes hablar tú con ella. Es una doctora, solo quiere saber de ti para ayudarme a... ayudarte.

No vuelve a preguntar. Lo invito a seguirme y él retoma el paso sin hablar más al respecto.

Cuando llegamos al consultorio, la doctora Paxirou aparece frente a nosotros con una sonrisa amable. Le he dicho a Ambuj que no tiene de qué preocuparse, que nadie le va a pedir desnudarlo, que no tiene por qué hacerlo y que, si se siente incómodo, solo bastará con llamarme fuerte para ir por él. Todo se lo he dicho sin ser capaz de alzar el rostro porque la impotencia que me da verlo tan asustado me abruma. Me persigue la culpa de haber sido mi responsabilidad. Me acosa el miedo de todo lo que tendré que enfrentar después con él.

—Supongo que tú eres Ambuj —saluda. Él asiente sin soltarme la mano—. Un gusto. Mi nombre es Nana Paxirou, soy psicóloga. Alexander me ha hablado cosas muy agradables de ti.

—¿Agradables? —pregunta y siento su nerviosismo. Ella no parece cohibirse, le sonríe afable.

—Sí. Además, ya supe que no es Alexander quien preparaba esos deliciosos jugos. Varias veces probé un par, tienes muy buena mano para ello, ¿sabes?

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora