VI

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Evan se fue a los dos días. Sin explicaciones, sin avisos, simplemente me enteré de su partida cuando mi madre me llamó angustiada preguntándome qué había pasado si los planes de mi hermano eran quedarse por lo menos un mes. Le dije que nos peleamos; aquello no pareció sorprender a mi madre, quien ya conoce cómo pueden ser de complicadas nuestras peleas y de emotivas nuestras reconciliaciones. Esta vez no será tan fácil.

La sensación de impotencia me embarga desde que aquella fatídica mañana llegó. No pude hacer nada por Ambuj, ni siquiera convencerlo de levantar una denuncia para al menos darle la sensación de que no hay impunidad. A pesar de que el policía vino hasta el apartamento a tomar la declaración, se negó. Dijo: «No pasó nada. Yo lo dejé».

Intenté hacerle entender que no fue su culpa como asegura, que tuvo todos los motivos para sentir temor y confundir sus intenciones. Pero no pude obligarlo y él no quiso alargar más la situación. El policía se fue, no sin antes dirigirnos una mueca de burla. Debió creer que todo fue simplemente una pelea de una pareja homosexual.

Sin embargo, tras la partida de Evan, las cosas no volvieron a la normalidad. Yo tuve que voltear el colchón, solo porque sí, porque algo en mi cabeza no me dejaba descansar si estaba en el mismo lado que Evan había ocupado. Ambuj no ha vuelto a hacer los jugos ni a pedir música. Nuestros silencios se hicieron escandalosamente largos y lo evado sin querer. Sé que eso lo ha lastimado.

Es tan complicado.

Tenía meses sin sentir tanta necesidad de que llegara el lunes, la hora de vestirme con mi uniforme e irme al hospital.

*

Debo tener la cara demacrada porque los ojos de Thiago no se me quitan de encima. Antes de venir, me aseguré de cerrar todo con llave para evitar que Ambuj se marche en mi ausencia. Y sé que hice mal, así que ya no puedo con la culpa.

—Tu hermano esta vez te dejó mal —comenta en tono jovial, mirándome con preocupación. Me pasa una barra de cereales y una taza de café—. ¿Tan terrible fue?

—No quiero hablar de ello...

—Mmm... —Thiago cambia el lugar de su pierna y roza ligeramente mis pantorrillas. Alzo la mirada y le sonrío cortamente mientras observo cómo se lleva las galletas a la boca—. ¿Y cómo está Ambuj?

—No quiero hablar de él tampoco.

Thiago no necesita una explicación detallada. Creo que ha entendido perfectamente cuál es el problema. Se encorva hacia la mesa y apoya sus manos cerca de las mías. Adquiere un tono protector y grave que me resulta familiar. Está entre el «Quisiera ayudarte» y el «¿Qué demonios te hicieron?». Yo me limito a suspirar, palmeo suavemente sus manos y tomo la misma posición de confidencialidad.

No quisiera hablarlo, pero siento que lo necesito. Es como tener un monstruo atorado en el estómago, haciendo fuerza para poder abrirme por completo y gritar. Pronto entiendo que no puedo contenerlo cuando mi respiración modifica su ritmo para hacerse más seca, débil.

Entonces le cuento todo en la cafetería del hospital mientras las personas se mueven. Mi voz es ronca y baja para que no escuchen los demás. Trato de mantener la compostura. Trazo círculos en mi espacio, en la madera, y luego tomo una servilleta que empiezo a romper en pequeños pedazos. Necesito tener las manos y la mente ocupadas entre lo que digo y lo que no quiero sentir. Thiago facilita todo con su silencio, con la manera en la que avala mi decisión de que sea todo a mi ritmo. Puedo notar el paso de la gente y la transición del tiempo mientras todo llega a su fin.

Porque hay más, mucho más que el solo hecho de haberlos encontrado en la cama. Más que la confesión de Ambuj sobre qué fue lo que ocurrió allí. Mi cabeza se ha convertido en un chiquero de pensamientos sin orden, dando vuelta en todo lo que pasó, en todo lo que yo creía y me arrancaron de los ojos.

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora