IX

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Hemos dedicado los últimos fines de semana a leer libros, practicar braille y ver películas. Encontramos en esos pasatiempos las mejores maneras de compartir y estar conectados con el presente. Me dedico a buscar películas reflexivas que sean de alto contenido y no se apoyen de muchos efectos especiales para dar el mensaje. Películas que sé que puede disfrutar mejor. En los cuentos, he buscado los clásicos primero; historias que, con seguridad, Ambuj nunca escuchó cuando era niño. Y rememoro, con ellas, retazos de mi infancia.

Así llegó la primavera.

Después de leer los cuentos o de ver una película antigua, nos detenemos a hablar de mi familia. De mi padre pescador, de mi madre ama de casa. De los sueños que tienen de que su hijo sea un doctor, lo bien que suena doctor Karnezis al ser nombrado. He tratado de evitar el tema de Evan, concienzudamente.

Pese a que sé lo que siento y lo he aceptado, no me he atrevido a dar un paso más. En sí, he tenido miedo. Temo que, tras lo ocurrido, malinterprete mis sentimientos y crea que todo lo que he estado haciendo obedece solamente a una necesidad más carnal y necesito que me retribuya de ese modo. He soñado con eso. Han sido pesadillas que me han despertado sudoroso y asustado.

Por eso estoy aquí, robándole un poco de tiempo a la doctora Nana para expresar mi sentir. Ha sido duro; busco cuidar dónde poso mis manos cuando estoy con Ambuj, aunque he estado a solo centímetros de desviarlas y descubrirle la piel. He deseado tenerlo más cerca, pero me conformo con sentir su cuerpo buscando calor en el mío mientras vemos una película o me escucha leer.

—Entonces no ha cambiado lo que sientes —dice ella sentada frente a mí en el escritorio de su consultorio.

—Sí cambió... se hizo más fuerte —le confieso.

Me es difícil mirarlo en las mañanas y no esperar que, además de su sonrisa y sus buenos días, llegue un beso. Que además de abrazar a la almohada, lo abrace a él. Quiero tener su cuerpo en mis brazos, pegar mi nariz en su nuca, golpear con mi aliento sus omoplatos y percibir cada poro vibrar con mi presencia. Sentirme parte de él. Todas estas cosas me las guardo por vergüenza y porque las siento muy íntimas; sin embargo, al ver los ojos cafés de Nana, puedo entender que las sabe.

—¿Él ha hablado de mí?

—Siempre lo hace —afirma Nana con calma—. Pero no puedo decirte más de eso.

—Ni siquiera sé si le gustan los hombres o, quizá, después de todo lo que haya pasado, no quiera nada con nadie.

—Eso es algo que él deberá responderte en su momento. Lo único que puedo decirte es que él confía mucho en ti y te respeta.

Eso está bien, pienso... Mas no es suficiente.

*

Al volver a casa, tengo en mente la conversación con Nana y el aviso de Thiago que ya han revelado las fechas para nuestro viaje de fin de año. Todo el grupo ha decidido disfrutar de nuestra graduación, con lo que nos permite la crisis. No podremos ir a una isla como Santorini, no obstante, un agradecido empresario británico que fue atendido por Alexia nos ha regalado una estadía en uno de sus hoteles en Foinikounta. La verdad, tras estos meses de trabajo, la oferta es más que bienvenida.

—¿En qué piensas? —su voz interrumpe el hilo de mis pensamientos mientras se acerca.

Me gusta la confianza con la que camina hacia mí, porque no parece que esté ciego. Se acerca, solo se inclina para asegurarse en dónde está el asiento y se sienta colocando el tazón con las palomitas de maíz entre sus piernas.

Yo meto mi mano dentro del recipiente y agarro algunas para llevármelas a la boca. La película acabó y ahora hay una presentación especial de música griega y baile. Realmente no le estoy prestando atención, solo lo coloco por él, porque sé que ama escucharla.

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora