III

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El primer beso me lo dio Sarah. Recuerdo que estaba en el colegio y acababa de correr tras mi gemelo Evan, quien se había llevado de nuevo mi chamarra favorita. Me había sentado al lado de ella, cansado, con el sudor y la arena pegados en mi cuello provocándome piquiña. Ella volteó y me ofreció de los caramelos que comía. Yo los acepté muy gustoso y me llevé dos a la boca. Mientras disfrutaba el agradable sabor a cereza y cómo se me pintaba la saliva con el color, ella agarró mis mejillas entretenidas con los caramelos y pegó sus labios sobre los míos. Seguramente terminé coloreado como uno de los dulces.

Nunca lo olvidé porque las bromas insoportables fueron encabezadas, por supuesto, por Evan. Lo único que pude escuchar en el recreo fueron las canciones donde decían que Sarah y yo nos íbamos a casar. No me gustaba Sarah; era bonita, sí, pero no me gustaba. Recuerdo las trenzas castañas y los enormes lazos que las sostenían. También recuerdo lo tímida que era y cómo se sonrojaba cuando mi hermano comenzaba a cantar con los otros compañeros de clase.

Recuerdo también que me agarré a golpes con Evan en uno de los recesos, harto de escuchar la canción. Dimos como cuatro vueltas en la grama, con los niños vitoreando la pelea y las niñas llamando a las maestras. Mi hermano y yo terminamos magullados, mordidos, con el pelo alborotado y lleno de arena.

Quedamos idénticos, lo cual hizo más difícil el identificarnos, si no fuera por la sonrisa taimada de Evan. Entonces, Sarah se acercó. Intentó limpiarme la tierra que tenía pegada en mi franela blanca y yo le grité, le dije: «¡No me voy a casar contigo!». Creo que tendría siete años.

Nunca olvidaré el llanto de Sarah; me empujó y salió corriendo a llorar con otras niñas.

Después siguieron otros besos. Sophia, cuando tenía diez años, gracias al juego de la botella donde la penitencia era besos entre nosotros. También me acuerdo de mi prima Tania. En el cumpleaños del tío Silicio, me llevó hasta la cocina con la excusa de darme más refresco. Terminó acorralándome contra la nevera para pedirme un beso que luego buscó por su propia cuenta. Creo que tenía once. A los trece, recuerdo claramente el beso de Anastasia. Era una chica francesa, muy linda, que había entrado al colegio. Me dijo que había un beso francés que debía aprender si quería ser popular.

Admito que lo sabía hacer muy bien y que fue la primera vez que sentí excitación, sobre todo cuando su graciosa mano se plegó en mi pantalón y casi me atoro con su lengua. Quise más besos como esos, pero no llegaron a más. Se enojó cuando, al preguntarme por qué no la tocaba, yo no supe qué responder.

Pensé que no era necesario... apenas se me ocurrió que podría enojarse.

Entonces, a los catorce encontré a Evan acostándose con nuestra vecina, Ariana. Me confesó que era su novia y que no dijera nada; si sus padres se enteraban, los separarían. Recuerdo que tuve que acompañarlo a comprar por primera vez condones y, al no tener dinero, fuimos a pedirlos al hospital.

Ese fue mi primer contacto con la medicina. Las constantes visitas a las instalaciones y hacerme amigo de un par de enfermeras para conseguirle condones gratis a mi hermano me llevaron hacia mi vocación. Sus historias de pacientes recuperados y milagrosas rehabilitaciones gracias al trabajo conjunto, así como la perseverancia y la experiencia, me deslumbraron. Se me olvidó la impresión de mi hermano teniendo sexo con una chica, o como estaba de erecto, o por qué me detuve más a verlo a él que a la joven en cuestión.

Todo pasó tranquilamente hasta que llegué a los quince años. Allí, mi mejor amiga, Helena, me pidió ser su novio. Por un momento me aterró la idea, no quería perder su amistad, pues no había salido con una chica y obviamente no quería arruinarlo.

Ella me dijo que todo estaría bien. Fue el noviazgo más largo que tuve y el más divertido. Íbamos juntos a ver el partido de fútbol, jugábamos videojuegos en el centro de entretenimiento que quedaba camino a casa y perseguíamos palomas en el parque. Reíamos, comíamos juntos y nos besábamos con inocencia: en la mejilla. Lo único que diferenciaba el ser antes amigos es que nos tomábamos de la mano.

Hijo de Payasos (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora