Capitulo 13: Me Di Cuenta Que Te Enamoraste De Mi.

162 18 0
                                    

Max estaba en el despacho presidencial, contemplando el horizonte con gesto sombrío. Acababa de recibir una noticia devastadora de uno de sus contactos: si no acababa con la vida del presidente, los lucrativos negocios de tráfico de armas al país en guerra se cancelarían de inmediato.

Siempre había sabido que John era un estúpido sentimental, cuya blanda inclinación hacia la paz podía llevar al país a la ruina. Cuando propuso la idea de organizar una convención por la paz, a Max le dieron ganas de romperle la cabeza. ¿Acaso no comprendía que, cuantas más guerras hubiese en el mundo, más se beneficiaría el país con la venta de armas? Pero John, en su interminable pacifismo, siempre se había opuesto a los conflictos bélicos. El día de la convención, Max decidió secuestrarlo. Sabía que no le harían daño, que lo mantendrían en buen estado de salud, pero su desaparición generaría suficiente caos para que Max asumiera el cargo de presidente. Era mucho más manipulable que John, y su ascenso al poder beneficiaría enormemente a los traficantes.

Ahora, sin embargo, uno de esos países exigía que el presidente fuera asesinado, y la oferta era tan generosa que Max no podía rechazarla, por más que John fuese su mejor amigo.

Con determinación, Max tomó su teléfono y marcó el número de Michel, el incompetente al que había contratado para el secuestro. Pocos minutos después, Michel atendió la llamada.

—Michel, ha llegado el momento —dijo Max, con una voz firme pero cargada de pesar. John había sido su mejor amigo y tenían una gran confianza mutua, pero sabía que esto era lo mejor para el país. Un presidente tan pacífico y entregado a su gente no era apto para llevar adelante una nación.

—Hola, MMG... ¿Qué quiere decir? —preguntó Michel, aunque temía conocer la respuesta.

—Te enviaré una droga. Quiero que la mezcles en la bebida de John. Una vez que esté dormido, comunícate conmigo y te daré más instrucciones —ordenó Max. Intentaría que John sufriera lo menos posible para mitigar su culpa.

—Está bien, señor MMG —respondió Michel, cortando la llamada. Desesperado, no sabía qué hacer. No quería asesinar al presidente, pero si no lo hacía, Annie y él sufrirían las consecuencias.

Annie terminaba de preparar la cena para John y la llevaba a su habitación. Lo encontró profundamente dormido. Como cada noche, dejó la bandeja en la mesa junto a la cama y se sentó a su lado para contemplarlo. Se reprendía a sí misma por haberse enamorado de alguien que podría ser su padre. Pero ya no cabía duda en su corazón; estaba enamorada de él, pese a saber que solo la manipulaba. Aun así, arriesgaría su vida para salvarlo. Impulsivamente, Annie subió su mano hacia el rostro de John y acarició suavemente su mejilla. Lo extrañaría cuando lo liberaran; él probablemente no querría volver a verla y la encerraría en la cárcel. Pero no podía evitar sus sentimientos.

Justo cuando retiraba su mano, John la tomó y abrió lentamente los ojos.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó, todavía adormecido.

—Lo siento, yo... solo quería despertarte. Traje la cena para ti —contestó Annie, avergonzada. Sabía que John no era tonto y se había dado cuenta de la situación, pero aún así, no soltó su mano.

—No te preocupes. ¿Qué has hecho de cenar? Tengo muchísima hambre —dijo John, sintiendo su estómago gruñir.

—Algo que seguro te va a gustar —respondió con una sonrisa.

—No me digas que has hecho... —exclamó John, sorprendido.

—Tu receta favorita. Espero que la disfrutes —dijo, levantándose de la cama para salir de la habitación, cuando John la detuvo.

—Quédate a cenar conmigo, Annie. Creo que debemos hablar —comentó John, confuso. Llevaba días volviéndose loco de tanto pensar y sabía que tenía que sacar información de ella de algún modo.

—John, yo...

—Vamos, quédate. Sabes que no me gusta comer solo. Ven, siéntate aquí —insistió, haciendo que se sentara a su lado en la cama.

—Está bien, no puedo rechazar semejante oferta. Me ha quedado delicioso —dijo Annie, sonriendo tímidamente mientras se sentaba junto a él. Era la primera vez que estaba con un hombre en una cama, y aunque solo estaban sentados, se sentía un poco incómoda.

—Annie... Si te sientes incómoda...

—No te preocupes. Estoy bien —ambos empezaron a comer, y John se comportaba demasiado amistoso, haciéndole preguntas sobre su vida.

—Cuéntame algo de ti, Annie.

—Yo... no tengo mucho que contar. Mi vida es demasiado aburrida, no como la suya, supongo —respondió.

—Cuéntame de tu familia, tus amigos, dónde vives.

—¿Para qué quieres saber todo eso? —preguntó Annie, confundida.

—Solo para tener una charla amistosa. Nada más —respondió John, genuinamente curioso. Aún no entendía qué la había llevado a hacer semejante locura.

—Vivo con mi madre y mi hermano. Mi padre nos abandonó cuando tenía siete años —confesó, recordando ese día con dolor. Había adorado a su padre, quizás por eso no había podido olvidar su rostro.

—Tú te haces cargo de ellos, ¿verdad? —preguntó John, viendo la ternura y responsabilidad en su personalidad.

—Sí, un poco. Mi madre no está bien de salud, y Marcus, mi hermanito, solo tiene diez años. Quiero que siga estudiando y no sea un fracasado sin futuro, como yo —dijo, con tristeza.

—No eres una fracasada sin futuro, Annie. No sé qué te ha llevado a hacer esto, pero si confías en mí y me ayudas a escapar, te prometo que te ayudaré, a ti y a tu familia.

—John... Entiende que no puedo hacerlo. Esta gente es muy poderosa. Si te dejo escapar, podrían matar a mi madre y a Marcus. Te lo he dicho muchas veces.

—Annie, prometí que los protegería. Confía en mí —insistió John. Sentía pena por ella, y si realmente lo ayudaba a escapar, cumpliría su palabra—. Recuerda que soy el presidente de esta nación. Nadie tiene más poder que yo.

—Lamentablemente, sí lo hay. Si no, no estaría en esta situación.

—Pensándolo así, tienes razón. Pero la persona que hizo esto me conoce. Fui traicionado. No significa que tenga más poder que yo. Ayúdame, Annie. Prometo protegerte.

—Lo siento, de verdad no puedo. No es el momento —respondió. En ese momento, vio cómo el semblante pacífico de John se transformaba en furia contenida. Sabía que estaba actuando, que tarde o temprano volvería a enojarse con ella.

—¿Sabes qué? ¡Haz lo que quieras, niña estúpida! Quería ayudarte de verdad, pero no te lo mereces. Lárgate de aquí, no quiero volver a ver tu rostro. Prefiero que Michel traiga mi comida —gritó furioso. Annie, asustada, se alejó de él, levantándose de la cama.

—Sabía que solo estabas actuando, desde el momento en que aceptaste el trato conmigo —dijo ella, sintiéndose traicionada y triste.

—Tienes razón. Estaba actuando contigo. Me di cuenta de que te has enamorado de mí... Quería usar esos sentimientos en tu contra, pero eres más inteligente de lo que creía. Te he subestimado.

—¿Qué yo qué...? —exclamó Annie, sorprendida y avergonzada.

Un presidente enamorado. Una historia de amor, secuestro y Venganza.(en Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora