Capitulo 26: ¡Me Mentiste!

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— ¿A qué te refieres con eso, Ron? — preguntó John, preso de una mezcla de emociones.

— John, no existe ningún registro de nacimiento ni seguro médico a nombre de Annie Taylor, de 21 años. Sin dudas, esa chica te está mintiendo. Ten mucho cuidado, no confíes en ella — segundos después, el presidente cortó la llamada. Una vez más, había caído como un ingenuo. Desde el principio, no debió confiar en ella. Muy enojado, se levantó de la cama y Annie, confundida, se preocupó.

— ¿Estás bien? ¿Sucedió algo?

— Sí, sucedió. ¿Hasta cuándo me lo ibas a ocultar? — le preguntó furioso. — No puedo creer que haya confiado en ti, que haya caído en tu juego. Eres una maravillosa actriz. ¿Estos golpes también son falsos, al igual que todo lo demás?

— ¿Qué te sucede, John? No entiendo nada... — comentó, muy confundida.

— ¿Cuándo me ibas a decir que no te llamas Annie Taylor? Seguramente estás infiltrada, esperando a que te den la orden de asesinarme.

— ¿Estás loco? Me golpearon a mí, pero parece que te afectó a ti... No entiendo por qué dices que no me llamo Annie Taylor... Ese es mi nombre.

— ¡No mientas más! — exclamó John. — Ni siquiera sé cómo llamarte. — Estaba furioso y Annie comenzaba a tenerle miedo, como la primera vez que se conocieron, cuando él estaba secuestrado.

— Me llamo Annie Taylor, John. Es el nombre que me puso mi madre. Es el único que conozco. Tienes que creerme... — insistió, pero el semblante del presidente mostraba que no la creía en absoluto.

— Si no me dices la verdad, juro que te encerraré en la cárcel. No juegues conmigo, Annie. Puedo ser muy bueno, pero también muy malo.

— Por el amor de Dios, John... Estoy diciéndote la verdad — contestó Annie al borde de las lágrimas.

— Compruébalo entonces. Muéstrame algo que valide tu identidad. — John vio confusión en su rostro — No puedes ¿verdad? Porque eres una farsante... No puedo creerlo... Podía esperarlo de cualquiera, pero jamás de ti...

— John, escúchame, por favor. Hace años que no tengo documento de identidad. Realmente, en la calle no sirve de mucho...

— Annie, deja de mentir. Te mandé a investigar... No existe ninguna persona llamada Annie Taylor de 21 años en esta zona — confesó John, dejándola anonadada. No podía creer lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo que no existía?

— Tiene que haber una equivocación, John... Tienes que creerme. Si quieres enviarme a la cárcel, hazlo, pero te juro por la memoria de mi madre y mi hermano que estoy diciendo la verdad...

— No puedo creerte... De verdad no puedo — John salió de la habitación muy furioso, sin pensar en las consecuencias de dejarla sola.

Annie se largó a llorar desconsoladamente. Su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo... Sus días eran un infierno: mataron a su familia, intentaron matarla a golpes y ahora corría el riesgo de ir a la cárcel. Dejándose llevar por un impulso, abrió la puerta de la habitación e intentó salir, pero dos guardias la detuvieron.

— Lo siento, señorita. El presidente dio órdenes de que usted no salga de aquí... — Annie cerró la puerta tras de sí y se puso a pensar en una idea para escapar. No iría a la cárcel. Volvería a su barrio, hablaría con Noreen sobre lo ocurrido y luego huiría a otra parte. Quizás buscaría a su padre... Pero no sabía por dónde empezar. Si él no la quiso en su momento, menos la querría ahora, convertida en una delincuente, escapando del mismísimo presidente de la nación.

Annie se acercó a la ventana y se dio cuenta de que estaba en el segundo piso. Contra la pared había unas discretas escaleras de emergencia que podrían ayudarla a salir del hotel sin ser vista... El problema era que las ventanas no se abrían; eran de un material fijo, sin aberturas. No le quedó otra opción que romper el vidrio. Sabía que debía hacerlo rápidamente, porque una vez que escucharan el sonido de la ventana rompiéndose, entrarían por ella.

Se acercó a la mesa que estaba al lado de la cama y lo único que encontró contundente para romper un vidrio fue el celular que le había regalado John. Lo tomó en sus manos y con toda la fuerza que pudo reunir, lo lanzó hacia la ventana, rompiéndola en mil pedazos. Rápidamente y sin pensarlo, salió corriendo, mientras escuchaba que los guardias entraban a la habitación.

— ¡Está escapando! ¡Vamos, por ella! — gritó uno de los guardias, corriendo hacia las escaleras. Cuando llegaron al primer piso, no encontraron rastro alguno de Annie por ningún lado. — El presidente nos matará.

John estaba tomando un trago con Ron, un poco ebrio, desahogando sus penas:

— No puedo creer que me haya engañado así. Confíe en ella... — confesó despechado.

— Tranquilo, John. Al menos ya no tendrás que preocuparte por ella. Lo mejor que puedes hacer es encerrarla en la cárcel.

— Tienes razón... Max me lo había dicho y yo fui tan tonto... — John se pasó la mano por el cabello.

— No me digas que tú... — exclamó Ron, sorprendido.

— No lo sé. No sé si es amor lo que siento por ella, pero... Siento un deseo tan grande de protegerla... Está sola en el mundo y es solo una niña.

— John... Deja a un lado tu corazón y tus sentimientos. Es una niña, pero también es una delincuente y merece estar en la cárcel.

— No sé qué haré, Ron. Estoy tan confundido. No sé nada de ella y ella sabe mucho de mí.

— No dejes que juegue contigo, John. Ella está usando tu vulnerabilidad en su beneficio...

En ese momento, el teléfono celular de John comenzó a sonar:

— Hola, señor presidente... — John se sorprendió al escuchar la voz de uno de sus guardias.

— Sí, dime ¿qué sucede...? ¿Es Annie? — preguntó muy preocupado. Quizás aprovecharon su ausencia para lastimarla de nuevo o algo peor... No se lo perdonaría jamás.

— Señor... La señorita Taylor acaba de escapar del hotel.

Annie no sabía cómo volver a su barrio. Deambulaba por la calle y estaba oscureciendo. Tenía hambre, no tenía dinero y apenas conocía la ciudad. Se le ocurrió una idea descabellada: buscar a su padre o ir a la cárcel. A pesar de todo el odio, prefirió la primera opción.

Sin pensarlo dos veces, se dirigió a la estación de policía más cercana para obtener información sobre la ubicación de su padre. Allí la atendió una mujer que, después de varias preguntas, se retiró del lugar y regresó minutos después con unas esposas que colocó en las manos de Annie. Ella estaba confundida y preguntó:

— ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué me están arrestando?

— Señorita Annie Taylor, queda usted arrestada como cómplice de un secuestro contra nuestro presidente... Tiene derecho a un abogado. Si no tiene dinero, el estado le proporcionará uno. Estará incomunicada y sin visitas durante varios días — Annie no entendía nada. Solo sabía que John la había denunciado. Había cumplido con su misión, había roto su promesa y ya no podía confiar en nadie, mucho menos en él.

Un presidente enamorado. Una historia de amor, secuestro y Venganza.(en Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora