Capitulo 21: Me Salvaste La Vida.

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Al día siguiente, los análisis mostraron una notable mejoría, por lo que la internación ya no era necesaria. Con unas vitaminas, terminaría de recuperarse.

John volvió a la clínica por ella. Tenía que irse pronto, pero al menos quería llevarla a su nuevo hogar temporal.

Cuando Annie lo vio entrar por la puerta, tuvo que contenerse para no abrazarlo. Él se acercó y la saludó con un beso en la mejilla.

—Hola, Annie —saludó, sorprendido. Nunca la había visto con ese semblante. Desde que la conoció, su piel había sido pálida y su rostro mostraba signos de cansancio, posiblemente debido a una anemia anterior al secuestro. Ahora, casi recuperada, John notaba el color en su piel y la sonrisa en su rostro, a pesar de la tristeza que debía invadir su alma—. Veo que has descansado; te ves mucho mejor que ayer.

—Sí, hacía mucho tiempo que no dormía tan bien. ¿Y tú? ¿Has descansado? —preguntó, mirándolo a los ojos.

—Annie... —esa mirada, si ella supiera el efecto que tenía en él, no la sostendría así... Oh, sí...

—¿Qué sucede? —preguntó, confundida—. ¿He hecho algo mal?

—Olvídalo. Tenemos que irnos; mi vuelo sale en media hora.

—Pero... —dudó Annie. No tenía adónde ir; su hogar y su familia ya no existían. John percibió la tristeza en sus ojos y se acercó para tomarle las manos con amabilidad.

—Annie...

—Sí, puedes llevarme con Noreen. Me quedaré con ella.

—¿Noreen? ¿Quién es Noreen? —preguntó, confundido.

—Es una buena amiga, mi vecina. Ella sin duda me dará un lugar en su casa.

—Annie... No puedes volver a tu barrio sola. Recuerda que esa gente aún nos vigila. Quiero que te quedes conmigo; es la única forma de protegerte y evitar que alguien más salga herido.

—John... No quiero ser una carga para ti, ni causar más problemas en tu vida —dijo, bajando la mirada, avergonzada. Él le levantó la barbilla suavemente, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Annie, no eres una carga para mí. Quiero que lo entiendas; me salvaste la vida.

—Sí, pero no buscaba una recompensa —confesó con sinceridad—. Creí que huiría a la ciudad con mi familia y no volvería a verte —dijo con tristeza en su voz.

—Por ahora no puedo dejarte ir a la ciudad. Una vez que esos hombres estén tras las rejas, serás libre de ir adonde quieras. Mientras tanto, debes quedarte cerca de mí —¿Sería capaz de dejarla ir? se preguntó John.

—Está bien —respondió, resignada, con una sonrisa en los labios.

—Vamos —dijo John, tomándola de la mano y ayudándola a subir al auto que los esperaba afuera.

Durante el viaje, Annie guardó silencio mientras John atendía numerosas llamadas. Parecía muy estresado; desde el secuestro no había descansado, y eso no estaba bien. En cualquier momento, él también podría colapsar.

—Deberías descansar un poco, ¿no crees? —le reprendió Annie, preocupada, cuando terminó una llamada.

—Gracias por preocuparte, pero lamentablemente, el presidente no descansa.

—Antes que presidente, eres un ser humano.

—Díselo a los empresarios, ellos no lo entienden.

—¿Hace cuánto que no tomas vacaciones? —preguntó Annie.

—A decir verdad, no lo recuerdo. Aunque no lo creas, durante el secuestro descansé un poco; de no haberlo hecho, tal vez habría colapsado como tú.

—John...

—Al menos ahora tengo a alguien que cuida de mí —dijo, tomando la mano de Annie entre las suyas, haciéndola sentirse incómoda y sonrojarse—. Annie, ¿por qué te pones tan incómoda? Es solo un apretón de manos amistoso.

—Lo siento, John. No pasa nada.

—Deja de pedirme disculpas por todo —la regañó.

—Sí...

Finalmente, llegaron al hotel y entraron en la suite presidencial. John se dejó caer en el sofá, se desajustó la corbata y cerró los ojos. Tenía media hora para relajarse.

—¿Necesitas algo, John? —preguntó Annie, al verlo tan agotado.

—No, gracias.

—Creo que deberías cancelar ese viaje y descansar. No estás bien.

—No te preocupes por mí. Tengo 43 años, sé cuidarme solo.

—Al parecer, no sabes hacerlo, porque en este caso deberías quedarte a descansar.

—¿Tú crees? —preguntó, dudando. Se sentía realmente agotado; deseaba acostarse y dormir todo el día, pero no quería defraudar a la gente que lo esperaba.

—John, si tú no puedes ir, ¿no va el vicepresidente en tu lugar? —trataba de convencerlo de que se quedara. Viajar podría empeorar la situación.

—Sí, en realidad podría ir Max, pero no sé...

—Toma, llámalo y dile que no vas —dijo Annie, tomando el celular de John que había dejado sobre la mesa de entrada y entregándoselo.

—¿Le estás dando órdenes al presidente? —preguntó, divertido. Le gustaría quedarse para pasar más tiempo con Annie, pero sabía que tenía compromisos—. De verdad, no puedo. Hay mucha gente esperándome; no quiero defraudarlos.

—Está bien. No puedo convencerte. Haz lo que creas —dijo Annie, tratándolo con formalidad. John sabía que cuando estaba enojada lo trataba así. Era tan maravillosa; nadie se había preocupado tanto por él antes. Ella fue al minibar de la habitación y estaba por sacar un vaso de agua para John cuando sintió que él se acercaba por detrás y la abrazaba, haciendo que el vaso se rompiera al caer al suelo.

—No te enojes, Annie, entiéndeme —le suplicó.

—No estoy enojada, señor, pero no entiendo por qué no le presta más atención a su salud —protestó. Nunca en su vida se había sentido tan cómoda en los brazos de alguien, ni siquiera en los de su padre.

—Estás enojada; si no, no me tratarías tan formalmente —John la giró y la miró a los ojos, abrazándola de frente—. Gracias por preocuparte por mí; antes, nadie lo había hecho.

—¿Qué? —preguntó, sorprendida—. ¿Cómo es posible que a nadie le importe la salud del presidente? Al doctor sí lo vi preocupado.

—Bueno, sí, él es el único. Si no fuera por él, habría colapsado hace mucho, pero ahora te tengo a ti...

—Sí, pero no te dejas cuidar —le contestó, enojada.

—Annie... Te prometo que después de dos reuniones más, descansaré unos días. ¿Me perdonas? —John la miró a los ojos, con una expresión de súplica que hizo reír a Annie.

—Está bien, está bien. Pero promételo.

—Lo prometo, Annie —John se inclinó y la besó en los labios, dejándola anonadada.

—John... —reclamó, avergonzada.

—Lo siento, no pude evitarlo —dijo, abrazándola. Miró su reloj y se apartó, ajustándose la corbata y poniéndose el saco. Ya tenía que irse hacia el aeropuerto—. Cuídate mucho, Annie. Nadie vendrá a hacerte daño aquí. Además, he dejado parte de mi seguridad en la puerta. Descansa aquí hasta que vuelva por la noche —al ver que Annie no respondía, aún confundida por el beso, le levantó la barbilla suavemente para que lo mirara a los ojos. Qué gran error... No pudo evitar besarla de nuevo, pero esta vez el beso fue más intenso, sus lenguas se exploraban y se necesitaban... Pero un golpe en la puerta y un carraspeo interrumpieron el momento.

—Lo siento, no quería interrumpir, pero es hora de irnos, John —anunció Max. John se separó de ella como si se quemara, tomó su celular y salió apresuradamente, visiblemente confundido.

—Luego hablaremos de esto, Annie...

Un presidente enamorado. Una historia de amor, secuestro y Venganza.(en Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora