4. El funeral

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Libre de la memoria y de la esperanza,

ilimitado, abstracto, casi futuro,

el muerto no es un muerto: es la muerte.

("Remordimiento por cualquier muerte", Jorge Luis Borges)




Los preparativos se habían desarrollado de manera rapidísima en la Casa de Aries.

Para cuando llegaron con los pesados féretros de mármol al mausoleo que Athena había hecho levantar en el cementerio, los cuerpos habían sido preparados en apenas 30 minutos: Camus les había retirado las ropas sin dañarlos y los había "lavado" mediante el manejo de sus vientos helados.

Athena en persona, acompañada de Marín y Shaina, habían aplicado con extremo cuidado los ungüentos aromáticos, para luego permitir que Khíone les colocara una mortaja hilada con nieve. Para las cuatro, pero en particular para las dos diosas, fue dolorosísimo descubrir los rastros de las heridas que por 250 años habían perdurado en los cuerpos de los difuntos.

Camus volvió a colocar los óbolos en los ojos de los dos guerreros caídos luego de disponerlos, con el mayor respeto posible, en los sarcófagos.

La procesión había marchado silenciosa, poblada de rostros tristes. Las lágrimas fueron al principio discretas, pero se avivaron con rapidez: el dolor de Shion y Dohko, de Athena y Khíone, al final se había impuesto sobre el ánimo general.

El mausoleo, amplio y luminoso, se volvió además fresco cuando Khíone y Camus desplegaron su Potestad en la roca que lo conformaba para ordenarle mantenerse siempre fría.

En el interior, un acongojado Shion había recitado una sentida plegaria por sus dos hermanos y Dohko había expresado públicamente las virtudes que les habían caracterizado: de ambos, la lealtad y generosidad absoluta; de Dégel su sencilla devoción y de Kardia su entrega total a todo lo que amaba.

Saori permaneció en silencio casi todo el ritual. Cuando al ungir el cuerpo vio a Kardia con su dolorosa mirada, se le removieron memorias sepultadas de su otra vida, y aunque pudo ocuparse de embalsamar los cuerpos, no paró de llorar todo el tiempo que duró el proceso.

Al final, cuando llegó el momento de concluir las honras, se colocó entre los féretros y, al tiempo que libaba vino dulce y aceite de oliva, entonó:

"Escúchame, ¡oh, Thánatos!, cuyo ilimitado imperio

alcanza dondequiera a todos los seres mortales..." *

A pesar de que ése no había sido el plan, Kore se había presentado a acompañar a su hermana desde que los restos de los guerreros de antaño habían sido llevados al primer templo. Había sentido la alteración en el ánimo de Ikómena y acudió a ella, sin dudarlo y sin dilación. Ahora, casi al final de los rituales de rigor, mientras escuchaba a Athena invocar a Thánatos para encomendar las almas de sus seres queridos, hizo brotar de las paredes y columnas salvias, lavandas y azucenas.

La mayoría de los asistentes mantuvo el mutismo. Hades y Poseidón, pendientes de sus damas. Khíone, llorosa, no hizo ni el intento de alejar a Isaac de su lado. Camus y Milo, solemnes, compartían el sentimiento atroz de que aquellos dos que habían estado en sus lugares hacía tanto tiempo, habían partido con asuntos ya no inconclusos, sino ni siquiera iniciados.

Angelo, impresionado con la recuperación de los cuerpos, se había puesto la tarea de observar a quienes, al igual que él, habían participado en la misión.

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora