12. Día 1: No hay dos noches parecidas

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Vuelve aquí pequeño y cálido cuerpo,

es la hora de otro día.

El destino ha huido y yo te elijo a ti

("Destino", Leonard Cohen)




―Coopera, Dégel. Te lo advierto.

―¿Me adviertes qué, bergante? *

―¡Que no me llames así!

―Cálmate, Angelo. El maestro Dohko ya nos explicó lo que quiere decir "bergante". Suena peor de lo que significa.

―¿Tú te quedarás contentito si te sale con esa gracia a ti, fratellino? ¡A que tu hermano psicópata no se lo toma tan bien!

―¿Qué te importa a ti lo que Ikki haría o dejaría de hacer? Además, tú también eres un psicópata de categoría. Y nos llevas más años de práctica.

―¡Cállense, baladrones, rufianes! ¡Quítenme este artilugio de los ojos! **

―¿Cómo que baladrones? ¿Y qué putas significa eso, Gelato maleducato? ¡Hasta tu hermano se modera cuando insulta!

Shun colocó una mano levísima sobre el hombro izquierdo de Angelo, que estaba tan enfadado que por poco echaba espumarajos por la boca.

―Angelo: recuerda que estamos haciendo nuestro trabajo. Cuidamos de nuestros pacientes. No es nuestra culpa que uno de ellos sea un felón miserable... ***

Kardia, que hasta entonces había mirado desde la distancia de su cama sin saber muy bien qué hacer, respingó. Nunca había escuchado a Dégel tan... florido al hablar. Pero ahora que había sido insultado, ¿qué podían esperar los dos médicos a cargo?

―¿A quién le llamas felón, bellaco ignorante? ―se desgañitó el del cabello cobrizo, bufando de indignación. ****

―A ti, pérfido cabrón ―respondió Shun como si tal cosa, con su voz calma y meliflua―. ¿Crees que nada más tú puedes insultarnos? Te advierto que me sé muchos improperios de tu época... y tú no conoces ni uno de la mía. ¿En serio quieres jugar así de rudo conmigo?

―¿Pero cómo te atreves, ganapán?

―El que se lleva, se aguanta, Dégel. Te me pones flojito o el pañal volverá a tu vida. Incluso la sonda. Y esta vez te dejaré sedado para que no te la arranques.

―¡No oses tocarme de nuevo, desvergonzado! ¡Aleja tus manos impúdicas de mi persona!

Shun, con su rostro de rasgos armoniosos y amables, insinuó una sonrisa y dejó que sus ojos verdes se posaran, afilados, en la figura de su paciente vociferante.

―Mis manos sólo son impúdicas con un Acuario que no eres tú, alcornoque irredento. Por respeto a mi suegro no te dejo amarrado a la cama con mis cadenas.

»Ahora, te vas a callar, nos vas a dejar calibrar el padecimiento de tus ojos, y dentro de una hora a lo sumo tendrás lentes que te sirvan a cabalidad para que salgas de aquí a dar un paseo. Esa es la orden de Su Ilustrísima. Y puesto que tú y yo somos Santos de Athena, seguiremos las órdenes del Patriarca.

»Ahora, ¿te vas a callar de una vez, o seguirás rebuznando?

Dégel palideció con intensidad y se preparó a soltar lo que, imaginó Kardia, sería la lista de palabrotas más larga que hubiera escuchado en su vida.

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora