1. Dos días antes del funeral

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Dime por qué, mala hora,

con miedo inútil te mezclas.

Eres y por eso pasas.

Pasas, por eso eres bella.

("Nada sucede dos veces", Wislawa Szymborska)




Mar del Norte, camino a Blue Graad


La travesía ha sido todo lo rápida que hemos podido conseguir.

No obstante, ha sido lenta, para mi gusto.

Pudimos simplemente haber corrido. Vaya, incluso caminando.

Pero a Dégel le gusta hacer las cosas con calma. Tranquilamente. Al amparo de sus reflexiones.

La prisa no va con él.

Cuando me pidió que lo acompañara a Blue Graad, me negué por mera costumbre. Le dije que sería aburrido. Que no tenía nada que hacer sirviéndole de guardia en una misión que prometía pura palabrería con el gobernante del país de los guardianes del hielo.

Se lo dije con indiferencia.

Esa misma que me sirve de escudo cada vez que me siento desarmado ante él.

Insuficiente.

Como me siento así casi todo el tiempo, como me siento una pobre compañía a su lado, me protejo a mí mismo con indiferencia. Luego, lo ataco con desfachatez. La desfachatez es casi siempre el arma que esgrimo en mi trato hacia él.

La verdad es que no quería acompañarlo.

Sé que me invitó porque le asusta la idea de que me ponga mal en su ausencia.

Si me lleva consigo, se asegura de atenderme en caso de que sufra una crisis intempestiva.

No sé por qué se afana tanto en mantenerme vivo. Si yo le falto, cualquiera de nuestros cofrades es más digno camarada que yo. Incluso el daimon ése al que estuvo ilustrando. (1)

Cualquiera de ellos puede seguirle el ingenio.

E igual, si sobreviviera a mi corazón, moriremos en la guerra.

Ayer, justo antes de abordar en Rotterdam el pequeño barco que nos acercará a nuestro destino, me hizo una de esas observaciones tan suyas, que nunca sé muy bien cómo interpretar.

―Hoy, tu cabello está iluminado por zafiros.

No quise mirarlo, porque cuando dice cosas tan extrañas, tan inusualmente bellas, me parece que mis ojos le revelarán lo que siente mi corazón.

No la fiebre y el dolor.

Lo que siente en verdad, cuando no está traicionándome.

Al final, sin embargo, lo miré. Y para que no intuyera lo que mis palabras se niegan a comunicarle, le dije lo primero que me vino a la lengua.

―¿De qué coños hablas, Dégel?

Por supuesto, su educación no le permite ponerme los ojos en blanco. Así que simplemente los cerró mientras se retiraba los quevedos para limpiarlos, con parsimonia. (2)

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora