13. Día 2: Sin experiencia nacemos

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...Incesantemente

la rosa se convierte en otra rosa.

Eres nube, eres mar, eres olvido.

Eres también aquello que has perdido.

("Nubes (I)", Jorge Luis Borges)




Dégel arrugó la nariz, como si algo le causara comezón y estuviese a punto de estornudar.

Pensó, indistintamente, como si elucubrara en medio de un sueño, que Kardia, en una de sus tontas bromas, seguro le estaría haciendo cosquillas en la nariz con alguna espiga o pluma de ave.

Alguna vez le había hecho esa jugarreta, en el pasado.

En el pasado ahora remoto, en lo factual y en lo imaginario, en que se ocupaba de procurar su bienestar sin que el maldito rufián se sintiera menoscabado por ello.

―No... No, Kardia... ―murmuró mientras manoteaba en el aire, con desparpajo―. Basta...

Aún sintió aquella suerte de cosquillas. Además de una risita que se le antojó melodiosa.

Se decidió, con la mayor dificultad del mundo, a desplegar los párpados y fijar los ojos de amatistas frente a sí mismo.

Estaba en el jardín, recostado en el kliné, cobijado con una manta ligera.

Una mosca voló rauda, desde la punta de su nariz.

Recostado en su regazo ―con un libro entre las manos y el móvil caído por un lado―, usando los antebrazos como almohadas y sentado en el piso, se encontraba Kardia, roncando suavemente.

El suelo, a su alrededor, estaba cubierto de libros.

Y de botellas vacías.

Quiso incorporarse, pero temió despertar a su amigo. Y la misma risita le llamó la atención.

Su hermana bellísima, cubierta de aquella batita ligera que vestía cuando estaba cerca de él, lo observaba con una sonrisa en los labios.

―¿Cómo te encuentras, Malysh? ¿Ha sido una buena noche?

Dégel miró en torno suyo. Kardia estaba privado del sentido, como si hubiera recibido un garrotazo en la cabeza. A un par de metros, Shion reposaba despatarrado en otro kliné, con Dohko acurrucado junto a él, abrazado de su tórax como si fuera una tabla salvavidas.

El cielo clareaba. Un viento suave y fresco, casi frío, se deslizaba entre las plantas del jardín.

―Creo que sí ―musitó el ruso, mientras acariciaba la cabellera hirsuta de Kardia―. Creo que ha sido una buena noche.

―¿Se emborracharon? ―preguntó Khíone, a pesar de que la respuesta a su pregunta estaba regada por doquier en forma de botellas oscuras.

Dégel asintió, con sobriedad impostada.

―¡Oh, sí! Eso parece, ¿verdad? La cerveza no parecía fuerte, pero Dohko nos compartió una de sus bebidas raras y...

―Vaya. Menos mal que se puso serio y contribuyó a la misión.

―¿Qué misión?

―¡Pues emborracharte, Malysh! ¡Si eres tan propio, que me das comezón a veces!

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora