8. Disolverse en la nada

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No es que Morir nos duela tanto —

Es el Vivir — lo que nos duele más —

Pero el Morir — es camino distinto —

Un algo tras la puerta —

("Poema 335", Emily Dickinson)




El sopor inducido en el que Dégel se sumergió no le trajo tranquilidad, aunque sí le removió vivencias latentes. Muchas de ellas mezclaban lo angustioso con lo entrañable.

Todas, sin embargo, involucraban a Kardia.

Su subconsciente, necio y aferrado a lo que no podía cambiar, le hizo recordar la multitud de cosas que le resultaban difíciles en su trato diario con Kardia. Su carácter, para empezar: quien no conocía al escorpión, se confiaba con su indiferencia inicial y las sonrisas sardónicas que luego iban brotando sin querer, como semillas que germinaban.

En más de una ocasión lo vio aleccionar a algún aprendiz por mirarlo de una forma que pudiera considerar irrespetuosa, o peor aún, por hablarle con desfachatez. Porque Kardia no se impedía a sí mismo dirigir miradas poco amables y pronunciar palabras de cuidado, pero recibirlas, era impensable.

Con todo, lo más difícil de su trato cotidiano era contemplarlo en toda su fuerza y su vulnerabilidad sin volcarse por entero sobre él.

No obstante, aunque hacía mucho tiempo que Dégel deseaba proteger con su corazón el de su amigo, su hermano de armas, aunque hacía mucho que sus sentimientos lo ahogaban, atreverse a hablar abiertamente eran palabras mayores.

Deseaba decirle a ese escorpión díscolo que cada vez que su vida escoraba a la par que su corazón, la suya, la de Dégel, pendía de un hilo porque no se resignaba al final insoslayable: Kardia moriría en batalla, cazando su trofeo final o en su cama, cazado él mismo por las llamas que anidaban en su pecho.

Y por mucho que el deseo de entregarse lo abrumara, la verdad era que no podía confiarle a Kardia ese secreto que era la fuente de su felicidad y su penuria. De hacerlo, sería bajo su cuenta y riesgo, so pena de sufrir el trato por lo menos rudo que el escorpión del demonio dispensaba a quienes lo ofendían.

¿Cómo soportar la mirada aviesa, las palabras condenatorias de aquel hombre por el que había llegado a sentir cosas tan complejas?

En su mente que vadeaba a través de aquel sueño artificial, pervivía la tarde en que habían abordado el filibote que los llevó al Volga. Dégel rechinó los dientes cuando descubrió a Kardia dedicando una mirada apreciativa a las lugareñas. Y fue peor cuando cayó en la cuenta de que estudiaba a detalle a un par de jóvenes que hacían de mozos a bordo.

"No los mires a ellos", pensaba Dégel desde la turbulencia de sus sentimientos sin revelar; "no los mires a ellos: mírame a mí, que quiero morir cada vez que te me mueres, que quiero recibir por ti cada ataque dirigido a tu pecho por el enemigo".

Luego evocó sin remedio el tortuoso desarrollo de la misión en la Atlántida. La misión que, según Kardia, sería pura palabrería.

La misión que los llevó al funesto encuentro con Rhadamanthys y Pandora.

Fue difícil separarse del escorpión furioso cuando él mismo se ahogaba en deseos de destruir a ese Espectro que con tanta liviandad había masacrado a Unity. Mientras los dejaba atrás, Dégel estaba seguro de que el maldito Juez destrozaría a ese hombre de cabellos negroazulados que se había convertido en el centro de su vida.

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora