9. La canción sin fin

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Ojos que vi con lágrimas la última vez

a través de la separación

aquí en el otro reino de la muerte

la dorada visión reaparece

veo los ojos pero no las lágrimas

esta es mi aflicción.


Esta es mi aflicción:

ojos que no volveré a ver

ojos de decisión

ojos que no veré a no ser

a la puerta del otro reino de la muerte

donde, como en éste

los ojos perduran un poco de tiempo

un poco de tiempo duran más que las lágrimas

y nos miran con burla.

("Ojos que vi con lágrimas", T.S. Eliot)




―No te ofendas, mi Señor. Es que... quiero tenerlo perfectamente claro. Esto de lo que me hablas, ¿qué es? Una dádiva, un presente de buena voluntad, un favor, un tributo de vasallaje...

―Thánatos, te lo advierto ―pronunció Hades con voz cortés y amonestación en la mirada―. Te he llamado como mi Consejero que eres. Y eso espero de ti: consejo.

El Señor de la Muerte realizó un gran esfuerzo por mantenerse impertérrito.

No lo consiguió.

―Es que... Es que... ¡No entiendo qué pretendes! ¿No has dicho acaso que el tipo está marcado por Moro? Si está tocado por el Gran Destino, ¿qué derecho tenemos nosotros de alterar sus planes?

Hades frunció casi imperceptiblemente el ceño. Lo cual fue suficiente para hacerlo lucir temible. Thánatos conservó el talante frío, pero se retrajo un poco.

Había hecho enojar al Señor del Inframundo.

»Es... ¡Este asunto es tan banal! ¿A quién le importa si el tipo se muere o no ahora? ¡Debió morir en la penúltima Guerra! ¿Desde cuándo te interesa que un simple humano arregle sus asuntos antes de morir? ¡A ti, a todos nosotros nos resulta irrelevante!

―Thánatos, hermano mío...

―¡No te atrevas a intervenir, Hypnos! Mi Señor me ha pedido consejo en este asunto a mí, no a ti.

―Ambos son mis Consejeros. Si Hypnos tiene una propuesta que aportar a esta controversia, escucharé gustoso.

―¿Escucharás al blandengue de mi hermano? ―chilló el Dios de los Cabellos de Plata.

―El blandengue es más juicioso que tú, hermanito.

―No llames blandengue a Hypnos. Ya quisiera haberte visto en acción si te hubieran dado la encomienda de ayudarme ―siseó Milo, cabreado.

Nada sucede dos vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora