Capítulo 1: Apocalipsis del Orto

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HOLA, ¿cómo estás, persona de color? espero que bien, mi loco. Te extrañé mucho de aquel último libro mío que leíste. Hoy te traigo un nuevo libro que trata de un tema completamente diferente, para ir variando, viste. Esta historia me surgió en un sueño y dije "a la mierda" al principio era una idea tranqui. Después la creatividad me invadió y bueno acá te dejó mi segunda obra. LOS MUERTOS DE HAMBRE. 

Si querés oír con música esta historia lo podés hacer. Yo te recomiendo que escuches este capítulo con: CRAWLING DE LINKIN PARK.

La inmensidad de la noche consumía aquella delgada ruta vacía. Los flancos de la carretera eran más de lo mismo; desierto por donde se la observe. Nubarrones inmensos escondían tras de sí una gran luna llena.

Un ciento tres del riachuelo; gastado, destartalado, pidiendo a gritos su retiro, cortaba esa inmensurable calma con sus faros y el ruido del motor. Dentro de este, cuatro hombres que no pasaban de sus treinta años, conversaban de temas indistintos.

_Boludo, ¿cómo te va a gustar más Jennifer Lawrence que Scarlett Johansson? ¿qué tenés en la cabeza, hermano?

Expresó frustrado, Alejo; un barbado y regordete hombre de cabello negro, ojos verdes, que no llegaba a los treinta años, al metro setenta, ni bajaba de los cien kilos. Mientras el voluminoso Alejo manejaba el colectivo, otro tipo, sentado en el primer asiento, contrargumentaba.

_Y sí, ¿cuántos Oscares tiene Scarlett? ¿eh? Gordo gil.

Soltó Rubén, un morocho de cabello negro con canas y poca barba. Rubén alcanzaba el metro setenta y dos y debajo del pecho llevaba una pancita cervecera.

Molesto, el conductor dejó de ver el camino para clavarle de lleno los ojos a ese que prefería a la ganadora del Óscar, para después putearlo.

_ ¿Qué pa me importa que haya ganado el Óscar? Te estoy preguntando ¿quién está más buena, a quién te cojerías si pudieras? pero dejá, ya vi que a vos te van los tipos, negro puto.

_Ah, y empezá por ahí pue, la cajeta... igual, sí, prefiero a la Jenni, tiene pinta de que coje mejor.

_ ¿Vos decís?

Interrogó el conductor que volvió la vista al camino.

En medio del colectivo, otros dos tipos trataban otros temas.

_ ¿Todavía seguís pensando en tu viejo?

Exclamó Mauro; un tipo de al menos metro setenta y cuatro, una pequeña joroba, largos y lacios cabellos castaños, mirada triste, ojos oscuros y con un particular muñón en su brazo izquierdo, centímetros arriba de donde iría su codo.

_Sí, no puedo parar de pensar que gracias a él estamos acá. Cada vez que cierro los ojos, veo como lo mataron, toda esa sangre, esa secuencia se repite una y otra vez.

Resolvió Emanuel, sentado del lado de la ventanilla. Este era el más alto del grupo, alcanzando el metro ochenta y seis. Era cabezón y en medio de ella se cargaba una gran nariz aquileña, sus cabellos eran castaños y donde se hallaba su remolino se estaba quedando pelado.

Mauro, poniéndole su único brazo en el hombro, agregó.

_Pará, cabeza, pará de darte manija, loco... hace días que no te veo dormir por lo que le pasó a tu viejo. No puedo pedirte que lo dejes ir así nomás, que lo olvides, no puedo hacerte eso, tu viejo era todo para vos. Pero tenés que entender, loco... él estaba infectado, ya presentaba los primeros efectos.

_No puedo, Mauro, lo despedazaron enfrente de nosotros y yo solo lo dejé ahí.

_No, no lo dejaste, él nos ordenó que te llevemos, vos hubieras ido a pelear, cabezón... y te hubiéramos perdido también a vos, y ahí si ya no sería lo mismo. Él es un héroe, cabeza, gracias a él estamos acá, lejos de capital, lejos de todos ellos.

Muertos de HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora