Capítulo 11 El gran baile

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Dedicado a ti, que escapas cada día de la realidad a través de unas líneas, Bienvenidx a casa.


Después de la discusión con Louis, ya no tenía ánimos de nada, había sido golpeado por palabras semi pronunciadas de mi casi exesposo en su afán de hacerme callar. Sí, aún martillaban en mis oídos sus balbuceos repitiendo Erik, Erik. Mi mente creó arcadas al recordar esa convicción férrea que demostró con cada fonema de ese asqueroso nombre saliendo de sus labios mientras yo le derramaba mi amor. Louis había cambiado el eterno "Harry" por un efímero "Erik".

Quizás algunos se preguntarán ¿qué importancia tiene un nombre? Para mí, mucho.

Al inicio de nuestra historia su nombre no tenía sentido, era un simple nombre como otros tantos, pero el tiempo juntos y los sentimientos que surgieron le dieron significado especial. Nunca antes lo dije pero, un "Louis" en mis oídos evocaba todo el amor que ese hombre me despertaba, Louis era para entonces mi mundo entero.

Fui consciente de que la vida me dolía demasiado.

Recordé los planes de Malik sobre aquella evidente propuesta de matrimonio, la premura de la misma en unas horas lo empeoraba todo. Entendí que poco faltaba para que yo dejara de ser Harry Tomlinson.

Impensable.

Inaceptable...

Con gusto tacharía "Styles" de todos lados si con eso conservaba su apellido.

Mis manos crujieron una entre la otra y para entonces me resultó siniestro mirar hacia atrás y ver cuánto había cambiado nuestras vidas en tan poco tiempo.

Una angustia sofocante se apoderó de mí, mi pecho se comprimía cuando la cólera me arrancó un nudo amargo y viscoso que se arremolinaba en mi estómago y mis entrañas no lo soportaron más. Yo me estaba derrumbando, mi matrimonio agonizaba a punto de desaparecer, pero a nadie parecía importarle, ni siquiera a mi esposo, y el ritmo con el que todos se movían preparándose para aquel estúpido baile solo me hacía odiar todo.

—¿Styles? ¡Señor Styles!—sonó detrás de mí. Estoy casi seguro que esa era la voz del doctor Payne, pero no tuve energía para responder.

Volví a mi habitación trastabillando, puntos rojos era todo lo que veía detrás de mis ojos, ira, celos, impotencia, la horrible sensación de no ser suficiente y la convicción de que todo está arruinado. Mi cabeza dolía, aquellas punzadas me estaban martirizando, comencé a temblar y el aire se sentía espeso y difícil de respirar.

Tenía unas inmensas ganas de vomitar, sé que mordí mi labio inferior para no sollozar pero todo era tan caótico, apabullante y sentí miedo, al punto de darme por vencido en mi misión de hacerme el valiente. Me tambaleé hasta alcanzar el borde de la cama, para ese entonces mis fuerzas se habían esfumado.

Me permití hacer lo único que pude, me quité la careta de hombre fuerte y simplemente me derrumbé, mi alma se estremeció y, con el hálito entrecortado que subyugaba mi garganta exhalé toda mi rabia en un grito que erizaría los vellos a cualquiera pero que nadie escucharía porque lo ahogué contra la almohada.

Y lloré.

Lloré como no lo hice en años, con el corazón hecho añicos y las esperanzas muertas, sintiendo cómo cada célula de mi cuerpo se aferraba a los últimos recuerdos del aroma de mi esposo, de los tonos de su voz por las mañanas y mi memoria muscular luchaba por grabar a fuego cómo se sentía estar entre sus brazos.

Lloré por todas esas veces que quise hacerlo y no me lo permití, lloré por mí, por Louis, por un matrimonio moribundo que tenía los minutos contados con cada movimiento de las malditas manecillas. Quería parar todos los relojes del mundo para que el baile no comenzara porque esa era la señal de que todo había acabado.

Regresa, Louis.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora