Seis: nueve semanas

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Después de dar la noticia a las personas más allegadas a nosotros, sentí que por fin podía relajarme.

Por desgracia, a nuestra situación se le sumaban detalles que no eran del todo favorecedores. Como por ejemplo, el hecho de que teníamos que mudarnos aún más lejos a la propiedad de Elliot que era de sus abuelos y, de que no podía oler comida porque el baño se convertía en mi habitación permanente.

Si a eso le sumas el hambre, el constante sueño y la actitud extraña de Elliot, pues había sido una semana difícil.

Según Elliot, ahora tenía muchas más responsabilidades en la cafetería porque estaba negociando un contrato para hacer una cadena de cafeterías y él estaba a cargo de ello. No me sorprendió, Elliot hacía todo en esa cafetería y trabaja duro para convertirla en un lugar a donde todos quisieran ir. Pero guardaba ropa en su auto y cuando llegaba a casa, casi nunca tenía hambre o estaba agotado.

Yo en cierto punto lo entendía, pero me entraba el pánico al cruzárseme la idea de la infidelidad por la cabeza. Si bien Leyla ya no trabajaba en la cafetería, Elliot era un chico apuesto y algunas mujeres sin sentido de la dignidad (a falta de la palabra correcta que empieza con "P"), podían aprovechar que no estoy cerca para calmarle las hormonas con un buen jalón de cabello.

Ya me imagino la escena, yo con una barriga más grande que Marte y paseando por la ciudad con un grupo de put... chicas arrastradas por el pelo detrás de mi.

Aunque no me preocupaba mucho, la verdad. No creo que Elliot fuera tan idiota como para hacer una estupidez así. El era muy consiente del poder de mi bate de béisbol.

Aquella mañana saltó de la cama muy temprano y empezó a prepararse, pero mi sueño era tan grande que por más que intentara abrir los ojos, los muy desgraciados seguían pegados.

- ¿Porque tienes que ir tan temprano? -cosa que era un total milagro ya que Elliot acostumbrara a hacer su aparición en la cafetería a media mañana luciendo muy sexy y seguro de si mismo.

- Tengo mucha más cosas que hacer y no me alcanza el tiempo para hacerlas si no empiezo temprano.

- No me digas que empezaras a ser un obseso del trabajo -dije luchando para abrí los ojos, cuando por fin los abrí, el hombre más sensual del planeta estaba anudando una corbata.

- Tendré que empezar a serlo si quiero que no les falté nada a ti y a Florencia -puse los ojos en blanco.

- ¿Y por qué tienes que ir tan sexy? -me levanté de la cama de una forma no tan sensual ya que me enrede con las sábanas, pero cuando llegue hasta él lo abracé por la espalda y lo apreté contra mi-. Quédate un ratito.

- No puedo, amor. Tengo que partir ya o el tráfico de la mañana me retrasara muchísimo -se apartó de mi al terminar de acomodar la corbata y tomó las llaves de su auto. ¿Por qué tenía que ser tan guapo y tan sensual? Eso era un peligro y yo no estaba en condiciones de defender lo mío-. Duerme un poco más y pídele a Lucía que venga para que no estés sola. Te quiero, amor. Nos vemos en la noche.

Me besó en la frente y salió de la casa a toda prisa. Yo, en cambio, me quedé como zombie parada en el mismo lugar observando la puerta por la que se había marchado.

Habían muchas cosas que empacar y la verdad era que me daba mucha pereza hacerlas. Lucía había venido un par de veces pero la mayoría del tiempo estaba sola y ese día nos tocaba cita con la ginecóloga.

¡Rayos! Tenía que acordárselo a Elliot.

Baje corriendo las escaleras de madera oscura de aquella enorme casa y tomé el teléfono de la cocina, marque el numero de su celular y espere que atendiera la llamada pero me envió a la mensajería, por lo que le deje un mensaje de voz.
- ¡Elliot! Recuerda que hoy es la cita con el ginecólogo a las cuatro. Por favor, no me hagas esperar. ¡Y llámame! -colgué el teléfono.

La rebelde y el guapo: capítulos extrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora