Catorce: El verdadero final feliz

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Estaba en la cama del hospital mientras las enfermeras trataban de ponerme medicamentos para proseguir con la cirugía. Los bebés no podían permanecer en el útero por mas tiempo y mi preocupación se había triplicado, al igual que Elliot, que no sabía qué hacer salvo quedarme a mi lado y apretar mi mano con demasiada fuerza.

El también estaba preocupado por los gemelos y no lo culpaba. Se suponía que los bebes no debían de nacer de manera natural porque estarían en un alto riesgo sin contar con todo el estrés del parto, por lo que estaba a mi lado pálido y callado como estatua.

Sudaba e hiperventilaba mostrándome cuan nervioso y agitaba, lo que hacia que mis preocupaciones aumentarán mucho más.

Los médicos consideraban que una cesaría de emergencia seria el método menos drástico para los bebés y yo no esperé ni un segundo para decirle que si y empezar con todos los trámites.

Por lo que ahora estaba en la habitación con un suero intrave... algo en el brazo mientras la doctora me suministraba calmantes y la famosa epidural. Una enorme aguja que me introducirían en la columna. Sobra decir lo aterradora que era la imagen para mi y para Elliot que casi se desmaya cuando la vio.

¡Vaya esposo tengo! Si se tambaleaba por la simple imagen de una enorme jeringa, no quería imaginar cuando viera que abren mi vientre con el bisturí.

Temblaría o quizás se desmayaría como en las comedias sobre partos donde el hombre siempre caía al suelo después de ver como el niño salía del vientre materno. Sería muy vergonzoso ver a Elliot tan algo y sensual, caer patéticamente desmayado.

Luego de ese momento en el que temí mas por la salud de Elliot que la mía, tuve unos momentos para relajarme antes de que llegaran a la sala de cirugía.

- Tranquilo, -le decía apaciguadoramente a Elliot al ver que todavía no recuperaba el color-. Los bebes y yo estaremos bien.

Me miró con sus ojos vidriosos y la frente perlada por el sudor, envolvió mi mano entre las suyas y me besó la frente.

- Estoy aquí para lo que necesites, amor. Lo que sea, sólo pídelo.

Era la séptima vez que me lo decía desde que habíamos llegado al hospital, pero respire profundo e intenté calmarlo un poco

- Entonces, deja de poner esa cara. Parece que presenciaras un asesinato.

- Lo intentaré -prometió torciendo una sonrisa triste.

No me gustaba verlo así tan vulnerable, me daban ganas de abrazarlo y acurrucar lo conmigo en la pequeña cama de hospital, pero obviamente no podía. Mi enorme vientre y el tubo que se conectaba a mi vena, me lo impedía.

A pocos minutos después, unos enfermeros vinieron por mi en una camilla y me llevaron a la sala de cirugía. Ni siquiera me fije que tipo de lugar era, ni como estaba decorado o siquiera el color de las paredes, los nervios me tenían totalmente concentrada en los movimientos del doctor y las enfermeras.

Los segundos se sentían como segundos mientras el doctor hacia su trabajo y aunque no podía sentir el dolor, podía sentir la presión que hacían en mi vientre mientras sacaban a uno de los bebés. Sin contar que no hacia falta mirar porque tenía manto que impedía ver lo que los doctores me hacían, yo podía imaginarme toda clase de imágenes sobre lo que probablemente estaban haciendo en mi vientre.

Sin embargo, el doctor pudo sacar a uno de los gemelos. Le pidió a Elliot que cortara el cordón umbilical, por lo que Elliot al principio se negó, pero luego, aceptó cortar el lazo carnoso que me unía con mi bebé.

Es imposible describir las sensaciones que se experimenta cuando escuchas el dulce chillido de tu hijo en la primera señal de que fue traído al mundo adecuadamente.

La rebelde y el guapo: capítulos extrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora