Siete: Secretos Dobles

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Pensé que iba a enojarme, pero en cambio, me invadió una enorme tristeza y decepción. Ya era la hora de nuestra cita y Elliot no estaba allí conmigo ni tampoco contestaba mis llamadas.

Sentía como un vacío inmenso se apoderaba de mi pecho y sólo tenía ganas de sentarme en el suelo, abrazarme a mis rodillas y ponerme a llorar como un bebé.

Al sentir el tacto de Lucía en mi hombro, me di cuenta que la asistente esperaba que hiciera algo, por lo que levanté mi mentón abrazándome a mi orgullo y la seguí hasta el interior del consultorio. No iba a ponerme a llorar por mucho que mi corazón roto y hormonas quieran.

La ginecóloga era una señora de unos cuarenta años con el cabello corto que empezaba a encanecer, de estatura media baja y un rostro amable y cariñoso. En otro, tiempo estaba segura que había sido muy hermosa, aunque lo era a pesar de las arrugas en sus ojos y su infinita paciencia.

- Tu debes ser Violeta, mucho gusto -saludó estrechando la mano de Lucía.

- De hecho, yo soy Violeta -aclaré extendiendo mi mano y forzando una sonrisa que pareció una mueca.

¡Oh, lo siento! Es que te imaginaba mucho más adulta -río divertida y sonrojándose un poco-. Por favor, tomen asiento.

Nos sentamos en los cómodos asientos de cuero negro y la doctora empezó a hacerme las preguntas de rutina. Le mostré los resultados de la prueba de sangre y le pregunté sobre el medicamento contra las náuseas y los mareos.

- Bien, señora Vanderhorst. Recuéstese sobre la camilla y descúbrase el vientre -hice lo que me pidió mientras la observaba buscar sus instrumentos y acercaba una de las máquinas que habían en el consultorio-. Desabróchese el pantalón y bájelo un poco... Así estaba bien. Veamos a ese pequeño.

La doctora toma tubo y vertió un gel frío de color azul translucido sobre mi vientre y puso el cabezal de la máquina sobre mi vientre haciendo un poco de presión. Ella estaba muy consentirás a observándola pantalla que transmitía un extraño e ininteligible video, yo lo observaba a ella y a la pantalla al mismo tiempo.

- Creo... -dijo sin apartar la vista de la pantalla-, que tienes nueve semanas de embarazo y...

Se quedó callada por unos cinco segundos, los que me parecieron una eternidad.

- Sí, definitivamente nueve semanas. Esto es una aproximación, pero ¡Felicidades! Serás una orgullosa y ocupada madre de dos hermosos bebés. ¿Quieres escuchar sus latidos? -pero yo ya no estaba escuchando. Mi mente se apagó después de haber escuchado que iba a tener gemelos.

- ¡Sí! ¡Lo sabía! -exclamo Lucía quién se había acercado silenciosamente a mi lado.

No fui consciente de nada hasta que unos latidos completamente desincronizados, llegaron a mis oídos. Entonces, miré a aquella pata la y escuche atentamente aquel sonido que me hacía querer llorar con todas mis fuerzas.

Era real. Ahora lo sentía mucho más real que antes. Escuchaba sus latidos retumbando en la habitación. ¡Iba a ser mamá! La sola idea me abrumo sobremanera.

- ¿Ves esos dos círculos de acá? Esos son tus bebés, es extremadamente raro que hasta esta altura de embarazo no te hayas dado cuenta. Pero ahora tendremos que tener mucho más cuidado, los embarazos múltiples son mucho más complicados que los normales y tendremos que hacerte muchas pruebas a partir de ahora. Pero, creo que han sido muchas sorpresas por hoy ¿verdad? -yo la observe sin poder decir o hacer nada más.

No sé si fueron las hormonas o el hecho de que estaba tan maravillada que apenas podía moverme, pero una lágrima se asomó a mis ojos y ya no pude detener las demás. Lucía quién se dio cuenta de mis lágrimas, sostuvo mi mano y la apretó fuerte.

La rebelde y el guapo: capítulos extrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora