Diez: Pequeña tormenta en el paraiso

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Después de aquella reconciliación las cosas mejoraron entre Elliot y yo. Aún seguía marchándose muy temprano y regresando tarde en la noche, pero al menos sabía que eran responsabilidades de su trabajo, por lo que no iba a quejarme.

Nos habíamos mudado a la casa de los abuelos de Elliot. Un lugar muy apartado de la ciudad con un aire campestre que a mi en lo personal, me gustaba mucho. Podía imaginarme a los gemelos revolotear por el enorme jardín y zambulléndose en las aguas de un lago que había a poca distancia.

Era un lugar maravilloso, el único problema era la distancia y lo solitario que estaba. Después de eso, era el lugar perfecto para formar una familia y de hecho, se lo hice saber a Elliot quien dijo que daría lo mejor de si para quedarse con la propiedad.

Este estaba constantemente preocupado por la soledad de la nueva casa y por ello, Lucía siempre estaba conmigo ayudándome con los deberes.

Habían pasado tranquilamente dos largos meses de mareos y de un hambre boraz. Mi vientre era enorme y mi cuerpo había cambiado. Estaba toda hinchada por la retención de líquidos y el tener que ir al baño cada cinco minutos era un fastidio. La ropa me quedaba pequeña y estaba siempre irritable y de mal humor. Pero se recompensaba con poder sentir como crecían mis pequeños en mi vientre.

Elliot no volvió a perderse ninguna cita con la doctora y aunque mi embarazo era un poco complicado, los gemelos estaban bien dentro de lo que cabía y gozaban de buena salud, lo cual nos quitaba a Elliot y a mi, un gran peso de encima.

Sin embargo, no todo era perfecto y lleno de flores y color rosa como la gente creía. Habían habido ocasiones en la que discutíamos fuertemente por estupideces, aunque siempre nos reconciliábamos de una u otra manera.

Si sabía yo lo controlador y bipolar que era Elliot, no me dejaba ni levantarme de la cama por agua. ¡Todo lo exageraba! Hubieron días que mis ganas de asesinarlo con lo primero que tuviera a mano, habían regresado pero me acordaba de los gemelos y sólo lo mataba con la miraba.

Pero vuelvo y repito, no puedo quejarme. Nunca había pensado que detrás de aquel aire de "yo mando aquí" se escondería un esposo y futuro padre responsable y asustadizo que no dormía lo suficiente pendiente a cada quejido o movimiento que hiciera fuera de lo normal.
Cuidaba de mi mejor que nadie.

Sin embargo, en su presencia no podía mencionar el tema de Chris, se ponía de mal humor y dejaba de hablarme por unas horas. Pero no iba a desistir hasta que viera el daño que le habíamos ocasionado a Chris.

Sabía que el no quería que tuviera ningún contacto con él y mucho menos estando embarazada, pero no podía quedarme de brazos cruzados viendo como Chris arruinaba su vida por mi culpa. Además ¡Elliot no es mi dueño!

Esa semana fue casi imposible para Lucía estar conmigo todo el día en la casa, me aburría como ostra y no podía hacer muchas cosas porque a pesar de que mi embarazo iba bien, tenía las complicaciones de un embarazo múltiple y mi cuerpecito flacucho a veces no soportaba el gran cambio.

Una tarde, la tía de Elliot fue a visitarme y me suplicó que ayudara a su hijo porque yo era la única persona que podía hacerlo.

- No se qué más hacer. Lo único que hace es beber ni siquiera quiere probar bocado y tengo que rescatarlo de todas partes porque no puede siquiera levantarse sólo -me había dicho.

- ¿Que quiere que haga? En mi estado no puedo hacer mucho y su sobrino armaría una rabieta si supiera que estoy en contacto con Chris.

- Por favor, aunque sea hazle ver que lo que hace acabara con él. Por favor, Violeta. Chris ha cometido muchas locuras por amor pero no es un mal chico...

La rebelde y el guapo: capítulos extrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora