XXII

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XXII. Pacto de sangre

Siete días atrás

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Siete días atrás...

—Disculpe princesa, pero no entiendo porqué quiere hacer esto. Es... Riesgoso, es muy peligrosa, no debería apresurarse.

—Silencio, Helaena. —doy vueltas de un lado a otro por toda la habitación, estoy muy mareada.

Toda esta situación me tiene vuelta loca. Mi criada y sus supersticiones, mi hermano y su mal genio y mi madre con sus paranoias. —Sí quieres, puedes irte. No tienes que quedarte.

—No —me corta—, no la dejaré sola, princesa.

—Entonces guarda silencio, me pones más nerviosa.

—Ya tuvo una audiencia con ella, ¿Qué la tiene tan ansiosa?

—Que ahora si trae con ella lo que quiero.

Tres toques a la puerta me hacen voltear cuando la criada entra anunciando su llegada. —Que entre.

Helaena se marcha y en su lugar, la mujer roja aparece frente a mí, por segunda ocasión. Hace una reverencia y mantiene la mirada en el suelo.

—¿Y mi encargo?

—Estará listo, su alteza. —asiento y la invito a tomar asiento. Debería sentirse halagada, no siempre dejo pasar gente desconocida a mis aposentos.

Me siento en el triclinio, manteniendo mi distancia de ella. Deja sus cosas sobre la mesa del centro y ordeno que sirvan Sharbat para las dos. Helaena le entrega un vaso, el cual bebe como si llevara siglos sedienta.

—Al fin, algo decente para tomar. —murmura con un muy remarcado acento árabe.

—Lo hacen exclusivamente para mi, es lo que más extraño de mi hogar. —tomó un sorbo de mi copa.

—Y no la culpo, la basura londinense que sirven aquí sabe a mierda. —se queja.

—Es delicioso y se llama vino. Nada como el Sharbat, pero tampoco está mal. —dejo el vaso sobre la bandeja que Helaena se lleva y entonces me acerco—. No vino a hablarme de vino y Sharbat, así que muéstreme.

Extiende sobre la mesa aquel objeto que convierte mi gesto en una sonrisa, sin embargo, ella no deja de mirarme como si me juzgara en todo momento. —¿Qué?

—La primera vez que la vi, supe que su petición no sería del todo limpia.

—Usted no es quien para decirme eso, Alkarisi. —la miré con obviedad.

—Lo sé. —suspiró, sacando el objeto del bolso que llevaba con ella—. Lo confeccioné sólo para usted, pero necesito todo lo que le pedí para poder terminarlo.

Levanto la mirada hacia mi criada, quien me dedica una reverencia y se dirige a mi gaveta, la que guardo bajo llave y saca del interior el pedido de la sacerdotisa. Se lo entrega y cuando mira el interior, levanta ambas cejas.

𝐒𝐈𝐋𝐕𝐄𝐑 #𝟑  |njh| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora