❝El amor y la traición no van de la mano. Y donde hay secretos y falsedades... hay demonios acechando más allá de las sombras.❞
|TERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA KINGDOM|
*No leer sin antes haber leído BLACK y WHITE*
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Eris
—Delira. La herida se infectó, extrajimos la bala e hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance, majestad. Estamos tratándolo con antibióticos y medicina tradicional, pero el rey debe ir a un hospital lo más pronto posible.
—El protocolo impide que haya acceso y salida del palacio, al menos en tres días.
—Haremos lo posible por mantenerlo controlado, entonces.
—¿Y las alucinaciones? —pregunté.
—Desaparecerán al cabo de unas horas, mientras los medicamentos hacen efecto.
—¿Estará bien? —el doctor asintió— Gracias.
—Lo mantendremos vigilado, enviaré a una enfermera cuando sea momento de cambiar el vendaje.
—Está bien. Puede retirarse. —le ordené.
—Con su permiso, mi reina.
Hizo una reverencia y se marchó, junto con el equipo de enfermeros que lo acompañaba. Enzo nos dejó a solas, a mi y al hombre que permanecía inmóvil sobre la cama.
Su piel estaba pálida, muy pálida. Sudaba frío, susurraba cosas que a la distancia en la que me encontraba, no podía comprender. Ahí estaba él, combatiendo una infección contraída por una bala que pudo haber perforado su esternón y sin embargo logró salvarse.
Medicina tradicional.
Seguramente Rose se había encargado de ello pues para nadie es un secreto que nuestra cocinera de mayor confianza tenía estudios validados en varias instituciones de medicina, específicamente en la tradicional china.
—Ven... —lo escuché decir—, ven aquí...
Ni siquiera debía saber con quien estaba hablando. Estaba lo suficientemente desorientado como para averiguarlo.
—Descansa. Lo necesitas.
—Ven aquí —repitió débilmente—, tu rey lo demanda.
Suspiré.
Sus párpados se fueron abriendo mientras escuchaba el sonido de mis zapatos acercándose. Me senté en el espacio vacío a su lado y lo miré.
—¿Qué?
—Los niños...
—Ellos están bien. Están a salvo. —aseguré.
—Debes traerlos. No los dejes con él... —fruncí el ceño.
—¿De quien hablas?
—Es malo. No permitiré que les haga lo mismo... Tráelos.
