I : Un inquieto vecino

224 16 25
                                    

Otro hermoso día había comenzado. ¡Ah, el sol brillaba! ¡Los pájaros cantaban! Y yo... bueno, yo apenas podía abrir los ojos.

Me quedé en la cama un rato más, apreciando esos preciosos minutos de pereza antes de que el mundo decidiera que ya era hora de molestarme. ¿Qué hora era? Ah, claro, las 7 a.m. de un domingo. ¿No era eso lo que siempre soñamos? Madrugar en nuestro único día libre. ¡Qué emocionante!

Nótese el sarcasmo.

El sonido estridente de herramientas -¿o explosiones?- proveniente del departamento de al lado terminó de arrancarme de mi placentero sueño. ¡Ah, pero qué molestia! Mi querido vecino, un alma inquieta y, al parecer, amante de la destrucción, ya estaba en acción. Me revolví entre las sábanas, medio sepultado bajo las almohadas, maldiciendo entre dientes con un encanto que solo yo sé manejar.

Anoche había llegado arrastrando los pies, después de un largo día de encantos televisivos y sonrisas para la cámara. Me sentía como un títere que había sonreído tanto que hasta las mejillas me dolían. Solo quería una ducha rápida, meterme en la cama y perderme en el dulce abrazo del sueño. ¡Qué adorable idea había sido esa! Porque, claro, los ruidos de mi vecino no pensaban dejarme en paz.

Y entonces, de nuevo, ¡BOOM!. Algo explotó. Me incorporé como si hubiera visto un fantasma, alerta como un gato asustado. ¿Qué demonios pasaba? ¿Era mi destino quedar atrapado en un episodio de desastre cada fin de semana? Me quedé sentado, escuchando entre bostezos, esperando el siguiente caos o algún grito que me dijera si debía llamar a los bomberos o a una ambulancia.

- Que sean ambos, por si acaso -murmuré, frotándome los ojos. Pero al cabo de unos minutos sin más gritos ni explosiones, decidí que no era mi problema.

Resignado a que el universo conspiraba en mi contra, me levanté. Hoy era mi día libre, un día reservado para mis cosas. Lamentablemente, mis amigos estaban todos ocupados con exámenes y otras responsabilidades, lo cual me dejaba a mí, solo y sin nadie con quien quejarme de lo injusta que es la vida. Así que, en vista de mi propia tragedia, decidí comenzar mi día como cualquier adulto responsable: con una ducha y un café decente.

Limpio y refrescado, me dirigí a la cocina y abrí la nevera. Ah, claro, el vacío de siempre. Solo aire frío y unas cuantas botellas de agua mineral. Suspiré, cerré la puerta y, con resignación, me puse un polerón lila gigante. Con mi bufanda y las llaves en la mano, salí a enfrentar el mundo. O más bien, a comprar algo comestible, ya que mi cocina era tan funcional como un museo de arte moderno.

Mientras caminaba por el pasillo, no pude evitar lanzarle una mirada asesina a la puerta de mi vecino. ¿Qué clase de ser humano podía causar tantos destrozos en tan poco tiempo? La curiosidad me estaba matando, pero mi pereza siempre ganaba. Seguí mi camino, recordando la larga lista de compromisos que me esperaban durante la semana. Shows, contratos, eventos en hospitales... la vida de un mentalista nunca descansa, por supuesto. Y yo, siendo un profesional en el arte de la sonrisa, ya me estaba mentalizando para lo que vendría.

Llegué a la tienda y, con una gracia casi digna de una estrella de cine, elegí los ingredientes para unos crepes. Si me iba a permitir un capricho, que fuera algo delicioso.

Cuando estaba por pagar mis cosas, que eran bastantes, y esperando para ser atendido, me fijé en una familia. La mamá, una mujer hermosa y cariñosa, agarraba a su pequeño de no más de 6 años en brazos, haciendo sonar sus cachetes de una forma graciosa, ante esto, el niño reía a carcajadas que a cualquiera contagiaría, menos a mí.

Vi la escena con un sabor amargo en la boca, no pude seguir mirando. Aparté la vista.

De pronto, volvieron imágenes no muy agradables a mi cabeza. Al no poder sacarlas al instante, mi corazón empezó a palpitar muy fuerte. Intenté estúpidamente sacarlas con un movimiento de cabeza.

- ¡Mamá! -retumbaba en mi cabeza la voz de un pequeño Gen.- Mamá, tengo hambre. -suplicaba, agarrando la ropa de mi madre.

- Ya te dije que ahora no, Gen. -sonaba molesta.

- Pero mam- -no alcancé a pronunciar la oración completa por la bofetada que dejó una marca roja en mi pequeña cara.

- ¡Te dije basta, ¿acaso no entiendes?! ¿Eres estúpido, Gen? -gritaba furiosa, con una rabia que desbordaba por los poros.


E

sos recuerdos siempre volvían en los peores momentos. Pero justo cuando comenzaba a hundirme en mis pensamientos, un chico con el cabello más extraño que el mío y unos ojos color carmín me sacó de mi ensimismamiento. Me miraba, claramente esperando que dejara de obstruir la fila.

- ¡Oh, lo siento! -dije con una sonrisa despreocupada, moviéndome para dejarlo pasar.

Después de pagar, regresé a casa, listo para hacer mis crepes y olvidarme de todo. Pero el mundo tenía otros planes. Apenas había terminado de desayunar y me estaba acomodando en el sofá cuando... ¡BOOM!

Otra explosión. Esta vez no iba a quedarme sentado. Me levanté, furioso, decidido a darle un sermón a mi vecino, pero con mi habitual sonrisa encantadora, por supuesto. Caminé hasta su puerta y golpeé con fuerza. Se escucharon ruidos metálicos y, luego, algo de vidrio rompiéndose.

"¡Joder!", se escuchó del otro lado.

La puerta se abrió, revelando al chico de la tienda. Ah, claro, el de los ojos carmín.

- ¿Y bien? -dijo sin rodeos, mirándome sin emoción.

Lo observé por un momento, procesando lo surrealista de la situación. Al final, como siempre, mi sonrisa profesional apareció sin esfuerzo.

- Buenas tardes, soy tu vecino, Gen Asagiri -dije con voz melosa, aunque internamente quería gritarle. Al no recibir respuesta, continué-. Verás, he estado escuchando unos ruidos bastante... interesantes de tu apartamento.

- Lo siento -respondió, como si no tuviera la menor intención de detener sus explosiones.

- Oh, claro, claro -dije, intentando mantener la calma. Justo cuando iba a protestar, parece que cababa de recordar algo, acto seguido, me interrumpe.

- Eres el del almacén.

Oh, sí se acuerda.

- Así es, ahora que lo mencionas, sí -respondí con una sonrisa.

- No deberías bloquear la fila en las tiendas -dijo, cruzándose de brazos con un aire de superioridad.

Mi sonrisa se torció un poco.

- Y tú no deberías molestar a tus vecinos que solo quieren dormir tranquilos -respondí, tratando de mantener mi tono amistoso.

- ya dije que lo sentía -dijo, sin ninguna emoción- si no tienes nada mas que agregar, hasta luego - y antes de que pudiera replicar, cerró la puerta en mi cara.

Me quedé allí, con una mezcla de asombro y enfado.

¿Qué estaba haciendo este chico, creando bombas en su cocina?

Decidí que, por ahora, mi curiosidad no valía tanto como mi paz mental, así que regresé a mi departamento, aunque no podía quitarme de la cabeza al extraño vecino de los ojos carmín.

Luces & Sombras | SenGenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora