II : Sorpresa

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No he vuelto a ver a mi enigmático vecino.

Qué bendición.

Después de aquella pequeña interacción tan... peculiar, nuestra relación se ha limitado a encuentros fugaces en el pasillo o la entrada del edificio. Él, siempre con ese rostro imperturbable, apenas me concede dos segundos de su mirada, como si fuera más una obligación que un interés genuino. Yo, por supuesto, siempre fiel a mi estilo, le regalo la sonrisa más plástica que puedo manejar, esa que he perfeccionado para las cámaras, acompañada de un saludo con la mano en alto, como si fuéramos los mejores amigos del mundo.

La semana ha pasado sin mayores incidentes. He estado ocupado, de un lado a otro, grabando shows y comerciales. De vez en cuando se escucha algún ruido proveniente de su apartamento, pero nada que moleste demasiado.

¡Paz al fin!

Hasta que, una noche, el universo decidió volver a cruzarnos. Regresaba de un programa de televisión, con mi usual indumentaria teatral -traje ajustado, camisa de raso, y por su puesto, el sombrero, claro está- pensando que a las dos de la mañana, no habría un alma en las calles ni en el edificio. Pero qué equivocado estaba. Ahí estaba él, en la entrada, cargando cajas pesadas. Vidrio, a juzgar por el sonido que hacían al chocar entre sí, y libros, gigantescos y viejos. Él me miró de arriba abajo y soltó una risita que, si bien sin gracia, contenía un toque de burla.

- ¿Qué pasa? -dije con mi tono más cantarín-. ¿Nunca has visto a un mago fuera del escenario?

- La verdad es que no es lo usual-respondió sarcástico, aún conservando una sonrisa sin gracia, sin perder el equilibrio a pesar de las cajas que llevaba.

Decidí no darle importancia y me limité a pasar de largo. Entré al lobby, pero justo cuando estaba a punto de llamar al ascensor, escuché el sonido familiar de vidrio tintineando peligrosamente. Me giré. Ahí estaba, mi vecino, claramente en problemas con las cajas.

- Si necesitas ayuda, vecino-chan -le sugerí, cruzándome de brazos con una sonrisa que no ocultaba el tono de superioridad-, solo tienes que pedirla.

- Ni en un 10 mil millones por cie... -Comenzó a decir, pero antes de que pudiera terminar, perdió el equilibrio. Me apresuré a tomar la caja superior antes de que llegara al suelo.

- Tienes suerte, vecino-chan -dije, levantando la caja con cuidado-. No todos pueden contar con mis reflejos de héroe, fufufu~.

Él me lanzó una mirada de agradecimiento contenida, como si preferiría caerse él mismo antes que admitir que necesitaba ayuda.

- Gracias -dijo finalmente, pero con esa sequedad tan suya-. Puedes dármela ya.

- Claro, claro... Pero te acompaño hasta tu apartamento, quédate tranquilo. Después de todo, sé dónde vives -le guiñé un ojo con mi típica sonrisa falsa, a lo que él solo soltó una risa breve, casi inaudible.

Lo acompañé hasta su puerta y, después de eso, no lo volví a ver.

Una lástima.

La vida se volvió a llenar de eventos, contratos y compromisos incesantes. Hoy es un día más en la rutina de mi vida pública. Me dirijo al set de grabación, esta vez para filmar un comercial de una nueva gaseosa. Mientras tarareo una canción pegajosa de la radio, el tiempo vuela y, antes de darme cuenta, todo está listo. Me despido de los productores y me dirijo a mi camerino para cambiarme y quitarme el maquillaje.

Justo cuando me quito la camisa, aparece Sai, mi manager.

- Hola, Sai-chan -lo saludo con una sonrisa despreocupada mientras doblo mi camisa de raso. Él me observa con un interés que no me incomoda; después de todo, ha visto mis cicatrices más veces de las que me gustaría recordar. Las marcas en mi abdomen, espalda y brazos ya no son algo que me avergüence cuando estoy con él. Sai es uno de esos raros seres humanos que me ha visto en mis peores momentos y aún así, ha elegido quedarse.

Rápidamente me puse mi camiseta de cuello alto y el cardigan color violeta que tanto me gusta, y lo seguí fuera del estudio. Sin embargo, noté algo raro. En lugar de dejarme conducir, como solía hacer, insistió en que me sentara en el asiento del copiloto.

-¿Qué estás tramando? -le pregunté, un poco intrigado.

-Nada, nada. Solo relájate y disfruta del viaje -respondió, tomando el camino más largo hacia mi departamento.

Mientras conducíamos, la radio sonaba de fondo, y comenzamos a hablar sobre la agenda de la próxima semana. Todo iba bien, hasta que me di cuenta de lo que estaba ocurriendo.

-Espera un momento... ¿Por qué hablamos de la próxima semana si hoy apenas es martes? -pregunté, girándome para mirarlo con suspicacia.

Él sonrió ampliamente.

-Porque te conseguí unos días libres, Gen. Tienes mini-vacaciones desde mañana hasta el domingo -anunció, como si fuese la cosa más normal del mundo.

Me quedé boquiabierto. ¡Vacaciones! ¡¿Yo?! Hacía tanto que no tenía un respiro que me había olvidado de lo que significaba. El trayecto de vuelta a casa fue una explosión de bromas y risas. El de cabello oscuro siempre ha sido mi ángel guardián, el único que ha estado ahí, incluso en mis momentos más oscuros. Y justo cuando llegábamos a mi edificio, me entregó una cajita misteriosa envuelta con una cinta.

-¿Y esto? -le pregunté, con los ojos muy abiertos.

-Solo ábrela -respondió, y cuando lo hice, me encontré con un elegante mazo de cartas de color negro con detalles en violeta y un dije que brillaba bajo la tenue luz del vestíbulo.

-¡Sai-chan, eres increíble! -Lo abracé, agradecido por el detalle, aunque sin comprender completamente el significado detrás de ello.

Cuando finalmente llegamos a mi apartamento, la sorpresa fue mayúscula. Al abrir la puerta, luces, confeti, y un grito colectivo me recibieron:

-¡FELIZ CUMPLEAÑOS, GEN!

Salté del susto. Había olvidado completamente la fecha, y para ser honesto, había intentado hacerlo deliberadamente. Sin embargo, no pude evitar sonreír ante el cariño de mis amigos más cercanos. Entre ellos estaban Ukyo, Ryusui, Kohaku, y Chelsea.

La noche avanza entre risas, música y un par de tragos. A pesar de no ser un gran bebedor, hoy amerita una excepción. Para cuando estamos cantando karaoke y jugando a las cartas, ya he perdido la cuenta de cuántos vasos he tomado. Me siento alegre, pero en el fondo, ese vacío familiar comienza a asomar.

En algún momento, alguien toca la puerta. Me tambaleo hasta ella y la abro, encontrándome con el chico de ojos carmín.

- Oh, pero si es vecino-chan~ -digo, arrastrando las palabras.

- ¿Puedes bajar la música y el griterío? -pregunta con el ceño fruncido, claramente molesto.

- ¿Quién es el que molesta por ruidos ahora? -me burlo, sin medir mis palabras. Él se da la vuelta para irse, pero lo detengo, impulsado por el alcohol.

- ¿Por qué no te quedas un rato? -le invito con una sonrisa que roza lo absurdo.

- No pierdo mi tiempo en estupideces -responde cortante antes de irse.

Me quedo parado por un momento, molesto sin saber por qué.

Ya entrada la noche, todos se han ido excepto Ukyo, que se despide y me deja un regalo más. Me quedo solo, sentado en el balcón con una cerveza, mirando las estrellas. La soledad y el alcohol son una combinación peligrosa para mí; los recuerdos empiezan a brotar, oscuros y dolorosos.

Los recuerdos del pasado me invaden, pero esta vez, dejo que fluyan.

Luces & Sombras | SenGenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora