Capítulo 32.

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... Nos ayudo...

Los pasillos eran angostos, más de lo que podía recordar. Y ahí estaba yo, sintiendo ese fuerte agarre en el pelo y forcejeando contra el piso para liberarme. De fondo se escuchaban ecos de risas, burlas, todo aquello que me derrumbaba día tras día. Siempre en el mismo lugar, con las mismas personas, el mismo sentimiento de que cualquier etiqueta que me pusieran sería mi valor definitivo.

Me tiraron contra la pared, mi cabeza terminó dolorida por el impacto, todo me daba vueltas. Hasta que pude enfocar a Emilie con esos ojos cargados de furia.

— Eso dolió. — Dije acariciando mi cabeza.

— Oh, y me aseguraré de que cualquier cosa te duela, Firelook. — Añadió ella con una risa macabra.

Se acercó demasiado, al punto que no me quedaba otra opción que el contacto visual.

— Ya me ha quedado claro lo que soy... ¿¡Por qué no paras!? — Chillé frustrada.

Más risas rebotaron en las paredes.

— Porque no queremos parar. Esto es lo que mereces...

Abracé mis piernas y oculté mi rostro en ellas, mientras mis lágrimas brotaban. Y allí comenzaba mi cuenta:

1...

2...

3...

Silencio, absoluto. No había más burlas, no se sentía el aire cargado de ninguna presencia. Estaba sola.

Me tomó un par de segundos para animarme a levantar la cabeza mientras limpiaba mis ojos. Se trataba de una habitación blanca, completamente vacía, excepto por la figura de una persona caminando hacia mí. Fallé intentando distinguirla, esperé cautelosamente a que se acercara, había algo en su suave andar que me decía que no se arrimaba para dañarme.

Cuando por fin estuvo a unos metros de distancia... La vi.

Era... ¿Yo?

Mi pelo estaba más crecido, una sonrisa genuina aparecía en mi rostro. Usaba una camisa blanca con un jean negro, sin embargo, estaba descalza. Pero un detalle, no menor, era que estaba definitivamente mayor.
Una vez que mi yo se encontraba en una distancia prudente, se arrodilló a mi lado. Y con mucha cautela extendió su mano para secar las lágrimas de mis mejillas.

— Hola... — Dijo, su voz era suave, pura.

— Hola. — Mi voz estaba rota. — ¿Eres...?

Ella o yo, se rio.

— Tú. — Terminó por mí — así es.

Miré a todos lados. — ¿Qué estás haciendo aquí?

— Nos ayudo. — Explicó sin más. — Tengo algo que decirte.

— ¿Eres mi yo del futuro? — Pregunté y largó una carcajada.

Tardó unos segundos en recomponerse.

— Bueno, puede ser sí. Pero eso está en tus manos.

Fruncí el ceño. — No me queda claro el mensaje.

Electra volvió a tender su mano hacia mí, pero esta vez, para acomodar los mechones rebeldes de mi pelo. Había un poco de melancolía y un dejo de tristeza en sus ojos.

— Oh, dicen que los mejores mensajes, son los más difíciles de descifrar. — Se le asomó una sonrisa.

Sonreí con ella.

Con tu AusenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora