肉 1.01 hígado.

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El hígado de res estaba siendo cocinado a fuego medio en el sartén, luego de haber sido perfectamente lavado y cortado en pequeños pedazos con un cuchillo afilado. Una vez que el delicioso olor a aquel órgano aumentaba, la chica entonces aprovechó para añadir pimientos y cebollas también picados, y movió los vegetales para sofreírlos durante un rato.

Hasta que se dio cuenta que el procedimiento lo había hecho al revés, y por un momento temió que su alimento se hubiese estropeado, pues era la primera vez que cocinaba mencionado plato sin supervisión.

Su padre, el Sr. Oliver Doliner, la observaba desde el comedor con unos ojos llenos de vigilancia. Con un semblante serio, leía vagamente su periódico para disimular su desespero, pues tras aquel incidente de la niñera, el temor de que algo como aquello pudiese suceder de nuevo, había dejado una conmoción sin remedio.

Era por lo mismo que la joven muchacha no tenía permitido salir a fiestas callejeras, o incluso quedarse a dormir en casas ajenas. Y muy al contrario, su padre entonces se había dedicado a entrenarla para que pudiera seguir con su legado.

Oliver era un chef de casi cincuenta años poseedor de un restaurante calificado con cinco estrellas en la ciudad de Ontario. Era más que evidente que la cocina no solo era su pasión, sino también su fuente de ingresos. Y por lo mismo, se había empeñado a enseñarle a su hija de lo que trataba su fuerte y pasatiempo favorito.

Desde una temprana edad, Oliver permitió a Darcey intentar replicar algunas recetas que le mostraba, desde las más sencillas hasta las más elaboradas, sin embargo, en el proceso de las enseñanzas, sus frases hirientes y en parte egocentrismo se reflejaban.

No te sale, Darcey —maldecía frustrado— La comida si no te sale insípida, te sale salada. La carne ni hablar, cuando no te sale seca, te sale cruda o calcinada, y dudo mucho que a este paso llegues a ser como yo.

La presión en la que había consistido toda su vida para poder complacer a su figura paternal de que ella también podía, y más tras un evento tan siniestro como el de su niñera, era excesiva y por mucha, poco sana.

Se trataba como si fuera un castigo o más bien, algo que debía quedar olvidado en la pequeña familia Doliner.

En aquella ocasión, Darcey estaba realmente nerviosa por como su padre calificaría su intento de comida.

—Eso huele muy bien... —discrepó el hombre, observando como su hija le preparaba la cena. Había dejado su periódico a un lado y se hallaba preparándose con su cuchillo y demás utensilios.

Darcey cerró los ojos y de sus labios un suspiro se escapó; luego de un par de minutos dando vueltas a la carne, apagó la estufa con escasas dudas invadiéndola. Sacó un plato y sobre este colocó tres rebanadas de pan, a los que prosiguió en rosear con aceite de oliva, pimienta y agregó un tipo de queso del que su padre tanto gustaba para impresionarlo.

Y finalmente, del sartén caliente extrajo unos cuántos trozos de la exquisita carne que había cocinado y las posó a lado del pan, viendo el humo del jugoso hígado brotar.

No debía estar tan mal.

Sus zapatillas resonaron por toda la casa mientras se aproximaba a su padre con el platillo entre las manos, y fingió colocar un semblante de seriedad para aparentar un poco más de confianza en sí misma. Y entonces sin dudarlo más, se lo entregó.

Su padre observó detenidamente la comida, para luego con el cuchillo y un tenedor, comenzó a indagar en lo que estaba frente a él. Cortó el trozo de carne para ver si se hallaba semi cocido como tanto le gustaba, y para su sorpresa, sí que lo estaba. Continuó en mirar a su hija quien se encontraba sentada frente a él, con las manos posadas sobre la mesa, atenta, esperando a que le diera un bocado.

Y así lo hizo, Oliver dirigió la carne a su boca y se la comió. Saboreó el hígado con cuidado, analizando cada sabor que acariciaba su paladar, mientras que Darcey seguía viendo a su padre con temor de que algo hubiese quedado mal.

Lo esperó con paciencia a que se acabara la comida, y por un momento pensó que le habría encantado, pues no había dejado nada sobre aquel plato.

Hasta que comenzó.

—¿Fue este tu mayor esfuerzo? —la chica asintió— Ha quedado pasable, comestible, pero no lo suficientemente bueno —decretó, mientras se limpiaba los labios ensuciados de salsa con una servilleta— y menos como lo hubiera hecho yo.

No era una sorpresa su veredicto, en lo absoluto. Nada que hiciera otra persona a parte de él en la cocina le parecía bien, siempre debía sentenciarle, y la pobre Darcey tampoco sabía cómo conquistarle. Así que, aunque el comentario de su progenitor la desanimó, esta lo aceptó y pronto se levantó.

No obstante, a punto de devolverse al lavabo para lavar los trastes que había ensuciado con la elaboración de su gran plato, su padre la llamó.

—Tal vez cocinar hígado sea lo que cause esto —continuó dialogando— Sé que detestas la carne Darcey, pero debes aprender a cocinarla de todas formas si quieres ser exitosa.

Y tenía razón. La chica aborrecía la carne, cuando debía prepararla y lavarla, su estómago se revolvía con la sangre que salía de esta, repudiaba su textura cuando lo tocaba para cortarla en pedazos. Y el olor ni hablar, era lo peor, despreciaba a toda costa el olor a carne cruda. Y es que a pesar de que podía cocinarla hasta un punto pasable —siguiendo las palabras de su padre— ella misma no se atrevía a comerla.

Fue muy extraño su cambio repentino con aquel específico alimento, recordaba una única vez que su padre le había dado de probar la receta de un pastel de carne que quería incorporar al menu de su restaurante. No obstante, en el momento que la carne tocó los labios de la muchacha, esta vomitó y unas ronchas rojas aparecieron alrededor de su cuerpo.

Pero Oliver jamás la llevó al doctor por esto.

—Sin la carne no podrás avanzar, Darcey —dijo, levantándose de su asiento, y con una mirada rigurosa le avisó:—. Mañana te llevaré a la carnicería. Te enseñaré a pedir porciones adecuadas. La carne siempre suele estar fresca y recién mutilada a primeras horas de la mañana, así que asegúrate de levantarte temprano.

La pobre Darcey no lo pensó una vez que se fijó en las exigentes orbes de su progenitor, y entonces sin más remedio, ella accedió.

MEAT. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora