肉 2.20 cautiverio.

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El tiempo de padre e hija se supone que debía ser esencial.

Tenía que ser esencial.

Pero, ¿en qué tipo de actividades podías pensar cuando te imaginabas tal tiempo de calidad?

¿Correr en el parque? ¿Jugar con muñecas? ¿Cocinar sin cesar?

O tal vez, ¿capturar a un animal? 

Benedict Barlowe se había despertado de golpe.

Su visión se encontraba borrosa por la confusión, y le costaba observar su alrededor porque la luz del lugar impactó sus ojos en el instante en que los abrió. La cabeza claramente le dolía y su frente estaba cubierta de sangre que aún coagulaba, porque la evidente herida causada por el golpe aún no cicatrizaba.

Aún acostado sobre el gélido suelo de cemento, el muchacho se asustó cuando notó la presencia de un pequeño conejo blanco con salpicaduras rojas oliendo su cabello.

El animal se acercó un poco más a su cuerpo poco mortecino mediante limitados brincos para llegar a la mejilla del chico, y así, restregó su suave nariz contra la piel del crío. Benedict intentó vagamente removerse en el suelo, tocándose la cabeza y gimiendo de dolor en consecuencia.

Pero algo lo detenía.

Unas gruesas cadenas lo sujetaban en tanto los tobillos como en sus muñecas, y estas sonaron con el menor movimiento que el muchacho había realizado. La luz de lo que parecía ser un sótano era tenue, pero iluminaba lo suficiente. Era un exclusivo foco potente que colgaba del techo y alumbrara todo el subterráneo, incluso iluminando los gestos del muchacho que no eran para nada relajados.

El conejo lo seguía acechando, hasta que repentinamente este huyó de su lado, abandonándolo.

Benedict observó a su alrededor; notando la presencia de un cuerpo que tenía la cabeza cubierta en una bolsa de plástico negra y poseía la misma vestimenta con la que había abandonado a Duncan Schmidt en las afueras.

Entonces el varón sacudió la cabeza, se negaba a creer que lo que veía era real.

Pronto sus orbes fueron posadas en dos congeladores grandes color blanco que se hallaban a distancia, y luego llegaron en una mesa extensa de acero inoxidable a una distancia no muy lejana que parecía tener otro cuerpo encima. Uno cuyas piernas también se encontraba encadenadas al acero. Debido a que la mesa era alta, el muchacho no era capaz de ver más allá y averiguar de quién se trataba, pues él permanecía reposado en el piso, atemorizado por lo que había visto.

Por eso, tuvo el impulso de levantarse de golpe porque tal vez de pie si podría reconocer el cuerpo, aunque no duró demasiado tiempo cuando sus piernas temblaron y chilló adolorido. El muchacho se había desplomado en el piso, cayendo de nuevo sobre el cemento y entonces finalmente miró lo que causó aquello; sus pies estaban ensangrentados con graves heridas expuestas a carne viva. Los talones de Benedict habían sido cortados y sus dedos amoratados.

Fue entonces cuando escuchó el irritante chirrido de una puerta abrirse desde la parte superior, y consecuentemente percibió unas pisadas parsimoniosas que se acercaban.

Se trataba de Darcey, la mujer que Benedict llegó a amar como nunca antes y que ahora resultaba ser una perfección quebrantada que le aterraba. La muchacha bajaba unas largas escaleras con una expresión inmensa de indiferencia. Su cabello estaba mojado, regado por sus hombros; conservaba su blusa de tirantes blancuzna, tan pulcra e inocente, con un toque transparento que resaltaba sus pezones desvergonzadamente. Mientras que en la parte inferior de su silueta solo llevaba una simple braga puesta.

MEAT. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora