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Rebeca W.

Las luces anaranjadas resaltan en el blanco salón, decorado con hermosos candelabros dorados, algunos sujetos de los pilares de mármol. Las mesas, con mátenles blancos y aplicaciones doradas, por supuesto, mantienen a algunos de los invitados en su asiento, esperando a que comience esta velada. 

Con pasos tranquilos, nos dirigimos directamente al balcón, dejándonos a la visa de todos. Mi padre y madre, por delante, y nosotros tres, detrás de ellos. Los aplausos no se esperaron llegar, todos dirigidos a mi padre, quién se acercó al pequeño micrófono de carbón, tomó una copa de vino —que se encontraba en una mesita cerca de él—, y comenzó su brindis a la expectante vista de las muchas personas distinguidas que habían asistido.

—Les agradezco por asistir está noche tan importante —hizo una pequeña pusa, sonriéndoles a todos—. Tras 20 años, de lo que ahora es una gran empresa, brindo por aquellos que me secundaron y brindaron su mano —suspiró, con una sonrisa nostálgica—, pero principalmente agradezco la persona que me apoyo incondicionalmente... —se giró y extendió su brazo a donde estaba mi madre— A mi amada, Delphine, cariño, pasa al frente —ella sonrió y tomó la mano de mi padre—. Sin ti nada de esto hubiera sido posible amor mío —besó la mano enguantada de ella y se escucharon algunos murmullos enternecidos. Continuó con su brindis y tras algunas palabras más, él se giró a mis hermanos —Brindo también por ustedes, hijos, que son toda mi vida —Miró a Frederick y a Sámuel, para luego detenerse en mi —Y por ti, mi pequeña, por que seas la mejor de todas.

Sonreí conmovida porque me mencionara, pero un sentimiento inconforme se instaló en mi pecho, en cambio todos estallaron en aplausos al finalizar sus palabras, invitándoles a disfrutar del banquete, y el resto de la noche. Mi padre se acerco a nosotros y se dispuso a qué saludáramos a aquellos más cercanos, tras hacerlo, él se perdió entre la multitud con sus socios para hablar de negocios. Mi madre hizo lo mismo, llevándome —de forma obligada— consigo, sujetó mi brazo y nos encaminamos a charlar con las grandes señoras, esposas de los socios de mi padre. 

Mientras mis hermanos disfrutaban del banquete, yo era arrastrada lejos de ahí. 

Respetables señoras distinguidas, y con caras restiradas, nos regalaban sonrisas exageradas y —algunas de ellas— expresando comentarios malintencionados, mayormente dirigidos a mí. Hablaban sobre el porqué aun no encontraba esposo, que si mi figura se hallaba muy delgada no serviría para que tuviera hijos, que si era verdad cierto rumor sobre mi, que si esto, que si lo otro —¡¿qué no se cansaban de juzgarme?!— Mi madre, por su lado, no le daba importancia, pues ella estaba complacida en que hubieran asistido personas importantes, grandes aristócratas e incluso algunos nobles. 

Solté un suspiro y observe a mi alrededor, cuándo unas manos enguantadas cubrieron mis ojos para luego quitarlas y dejar ver un rostro conocido.

—¡Rebecca querida! —me saludó, besándome en ambas mejillas— tanto tiempo sin verte —Rita Wonwourd, hija de Ezequiel Wonwourd, socio de mi padre, se encontraba delante mío, junto a su madre, Sophia Chendley de Wonwourd.

—Hola Rita, señora Wonwourd —hice una reverencia —Me complace verlas de nuevo, ¿cómo les fue en su viaje?

—Excelente, gracias por preguntar —respondió la señora Wonwourd muy seria, echó una mirada a su hija y se giró a mi madre para dialogar con ella. Que dulce. 

—¡Estoy tan emocionada! Rebecca querida, durante mi viaje he conocido a un joven bien parecido —suspiró ruidosamente—. Es hijo de un reconocido aristócrata francés, él, querida, es lo que un hombre debería ser.

Cuando Nos Volvamos A EncontrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora