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2 meses después

Rebeca W.

No entiendo porque me impresiona la forma en que mi progenitora parece tomar el control de todo lo que tenga que ver con mi vida. Como si fuera una marioneta que solo está ahí, esperando a que muevan sus hilos, para saber que hacer y cómo hacerlo. Una marioneta a la que por el momento estaban vistiendo. ¿La razón? Una cita con un desconocido, del que, de ser posible, se esperaba un compromiso beneficioso para ambas partes. ¡Ni siquiera sabía su nombre y ya estaban planeando la boda! 

Si tan solo ese hombre fuera...No, no debía permitirme pensar en él. 

Oh vamos, ¿a quién engañaba? No pude siquiera alejarme de ese reloj por más de una semana. Me sentí ansiosa al no tenerlo conmigo. Sus palabras y la sensación de sus ojos fijos en los míos seguían persiguiéndome durante las noches. Sí, todavía ansiaba ese reencuentro. Solo podía pensar en cuánto más tendría que esperar.

 —¿Me estás escuchando? —mi madre hizo que ajustaran más el corsé. 

—Por favor, madre, —supliqué conteniendo el aliento y con la voz entrecortada— no lo ajusten demasiado o no quedará quien respiré. 

—Debes lucir bien para tu cita de hoy. 

—Si deseas que llegue siquiera, haz que lo aflojen un poco —ella me miró severamente, pero cedió— gracias.

Después de que me vistieran, la doncella tomó el cepillo y comenzó a peinarme con las indicaciones de mi madre en cada momento, como a una yegua de raza que preparan para ser subastada al mejor prospecto, o mejor dicho, a quien pagué más por el derecho a montarla. Al final, cuando me miré al espejo, el reflejo me devolvió un ceño fruncido que se disipó antes de que mi madre lo notara. Simplemente sonreí como si estuviera contenta con el resultado. 

—Te miras espléndida... Ahora vamos o se te hará tarde. 

—Sí, madre, por cierto, deseaba saber si podría después... 

—Ni lo pienses. Después de que concluya tu cita, tu padre recibirá visitas y debemos estar aquí para darles la bienvenida. 

—Pero... 

—Pero nada. Solo has lo que te estoy diciendo y punto. 

Era lo que siempre hacía, ¿acaso no se daba cuenta? La rabia reverberaba en mi pecho como una olla en ebullición, en mi cabeza resonando cientos de respuestas cansinas que podría emplear, pero no dije nada. Era tan... Respiré profundamente para no descontrolarme. Estaba enfocada y decidida. Solo asistiría a la cita, volveríamos, recibiríamos a los invitados y, de ser posible, me esfumaría lo que restaba del día. Trataría de no ser tan conversacional y le diría que no estaba interesada. Pues convencida estaba de que el hombre me triplicaría en edad —como la mayoría de los pretendientes anteriores— y la idea de cuidar a un marido convaleciente durante décadas, hasta que finalmente se dignara en morir no era una imagen alentadora. 

Nos dirigimos al auto donde esperaba un sonriente Albern —el conductor— con la puerta abierta para subirnos. Condujo hasta el lugar de encuentro, un hermoso restaurante con jardines que se mostraba apacible y encantador. Observaba a mi alrededor, maquinando posibles estrategias y planes para ser lo más sutilmente desagradable que pudiera, con la intención de desalentar cualquier intento de avance de mi indeseable pretendiente, cuando una voz se dejó oír. 

—Me complace que hayamos concertado este encuentro... —pronunció la voz. 

—Sir William, es un placer volver a verle —saludó mi madre con regocijo. 

Cuando Nos Volvamos A EncontrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora