8.

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Armstrong B.

Consciente era de que Sir William estaba en lo cierto y no difería de su opinión. Tampoco negaba que su respuesta me había descolocado un poco, provocando una tenue mella en mi entereza, pero al verla desde otra perspectiva avivó la excusa que buscaba para no darme por vencido. Así que, instantes después de que Rebecca se levantara de su lugar y se fuera, busqué la manera de ir tras ella, empleando una letanía ensayada que ni mi perspicaz hermana pudo rebatir.

En mi supuesto camino hacia el baño, di una vuelta en círculo e irrumpí en el jardín, suponiendo más que creyendo que entre los rosales y tulipanes se había refugiado. No le pediría explicaciones, ¿cómo podría? Sé que después de dos meses de aquel breve momento, los sentimientos cambian o tal vez ni siquiera habían surgido por su parte. Pensar en eso me había desilusionado ante una posibilidad con ella, y se hizo más grande cuando la respuesta ante la propuesta de William fue positiva. Tomé una pequeña flor de forma distraída mientras buscaba por dónde se había ido. Me detuve a pensar un momento, ahora con más calma: solo le había concedido el tiempo para conocerse, no había nada concreto. Aquello me ofrecía la oportunidad para indagar y, con suerte, saber lo que pensaba.

Comencé a adentrarme hacia un bosquecillo y, tras unos minutos, el leve sonido del agua me llevó a un pequeño lago, no era más que un estanque ornamentado. Y ahí, recostada sobre la madera de un muelle, se encontraba Hilliard hablando y haciendo ademanes.

Estaba sola, así que... ¿pensaba en voz alta?

Curioso, la escuche, acercándome de a poco. Hablaba sobre su madre y la vida que tenía planeada para ella. No me agradó que el hombre a considerar ser parte de su vida fuera Sir William. Me creía capaz de cambiar eso si me lo permitía, pero al notar que todo lo dicho solo era algo impuesto por otra persona. No podía creer que solo pensara en lo que los demás querían decidir por ella, no pude resistirme a preguntarle al respecto.

—¿Y qué es lo que usted quiere?

—Nobile Armstrong... —se levantó rápidamente, sacudiendo el polvo de su vestido—. ¿Qué hace... —miró a su alrededor— aquí? ¿Cómo supo dónde encontrarme?

—La seguí... —mencioné avergonzado.

—¿Por qué? —me miró extrañada— ¿Por qué ha dejado sola a su acompañante para venir tras de mí? —una nota molesta se escuchó por encima de su curiosidad.

Reí un poco. —Fiorella sabe cuidarse sola, mi hermana ni siquiera le importa que me...

—¿Cómo? ¿Ha dicho hermana? —la voz sorprendida de Hilliard me interrumpió. Me era extraña su sorpresa.

—Sí, Fiorella es mi hermana mayor —su mirada era de total desconcierto. El color rojo se hizo presente en su rostro y de pronto comenzó a reírse, lo que me dejó confuso. —¿Está... bien?

—Ahora lo estoy, pero ¡qué tonta he sido! —se disculpó entre risas.

—Me temo que no estoy entendiendo nada, señorita.

—Creí que la mujer que le acompañaba era su prometida y yo... —bajó su mirada avergonzada— me sentí molesta por pensar que me mintió aquella noche.

Un momento, ¿qué había dicho?

—¿Estaba usted celosa por verme con mi hermana?

—No sabía que lo era.

Me acerqué a ella, puse mi mano en su barbilla para levantar su rostro y mirarla a los ojos.

—Pero... ¿estaba celosa? Por favor, dígame.

Cuando Nos Volvamos A EncontrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora