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Rebecca W. 

Sentí que los nervios me devoraban, miraba a nuestro al rededor pidiendo que no nos encontráramos con nadie. La conciencia me reclamaba, pues esto estaba en contra de todo lo que me había dicho mi madre, oh por todos los cielos, que mi madre no me descubriera.

—Sígame —el caballero observó ambos pasillos que había adelante, dudando por cuál ir—, por aquí...

—¿Sabe a dónde se dirige siquiera?

—No, pero en algún momento habremos de encontrar un lugar mas tranquilo y con aire libre.

—Entonces, es su turno ha que me siga. —Lo tome de la manga y comencé a guiarlo.

—Si es con usted... podría seguirla hasta el lugar mas inhóspito —creo que podría estallar de los nervios si él continuaba diciendo esas cosas. Caminamos de regreso unos metros, después giramos por un pasillo que nos llevaría a la pequeña terraza con vista al mar.

—A todo esto, señorita, ¿me concederá el placer de saber su nombre?

—Solo si revela las intenciones con las que me trajo aquí.

—Me parece justo. Pensaba que pudiéramos charlar mas amenamente con el ruido de mar como acompañante, ¿no lo cree así señorita...? 

—Rebecca —mi voz salió en un susurro, pues él se había acercado un poco mas de lo habitual— Rebecca Hilliard Wright.

—Rebecca... —su voz sonó grave y melodiosa, mi nombre no me había gustado tanto hasta este momento. —Es un nombre sobrio, pero creo que Hilliard es el indicado para usted.

—No entiendo a que se refiere, y también considero que no debo ser la única en exponer su nombre.

—Oh, claro —hizo una reverencia— Charles Armstrong Bacciocchi dal Pozzo, a su servicio... —dirigió una de mis manos a sus labios y la besó. El sonrojo en mi rostro se desvaneció de golpe tras escuchar su nombre y lo mire perpleja.

Era él. El nobile Armstrong, hijo de un noble, para ser específica de aquel que era vitoreado por sus méritos en batalla. El que fue titulado "Duque del Mar", y que a pesar de ser un hombre respetado, su hijo siempre daba de que hablar. Al parecer, no quería seguir los pasos de su padre, ni militar, ni empresarial. Con ideas que son liberales y poco propias, con sangre de aventurero, como solía decir y, para revuelo un tanto escandaloso, también se había esparcido el rumor sobre que le encantaba divertirse con las mujeres, ¿pensaba acaso hacer lo mismo conmigo? Ese pensamiento me hizo molestar, ¿creía que era tonta?

—Dígame ¿este teatrito le funciona con cada mujercita que se le cruza? —lo enfrenté con evidente molestia.

—¿Disculpe? ¿acaso he dicho algo malo? —se mostró confuso.

—¿Piensa que no se sobre los rumores? Que va por ahí seduciendo a jovencitas y se divierte con ellas, o que lleva una vida con ideales tan poco correctas.

—Se equivoca. —Su rostro se contrajo de uno confuso, por uno serio —No me atrevería a actuar con las damas o cualquier mujer de la manera en que me acusa, soy un hombre honorable y ese comportamiento me es inaceptable. Por otro lado, si se refiere a que no siga el mismo comportamiento, o más bien no tenga el mismo pensamiento estricto como los demás, o incluso como usted lo intenta seguir, no quiere decir que me comporte de tal forma —refutó firme y dio un paso al frente —No me disculpare por lo que ha escuchado sobre mí, pues me ha dejado claro que juzga a alguien sin conocerlo y no creo que sea diferente a las señoras que hay aquí.

Retrocedí. Eso había dolido, tenía razón, pero el que me comparara con ellas... era demasiado.

—He ido demasiado lejos, disculpe. —Hizo una reverencia y comenzó a alejarse. Su caminar era pesado y se porte había cambiado a uno tenso.

—Tiene usted razón. —dije antes de que se alejara por completo, él se detuvo y me miro de soslayo —No soy diferente a las personas que me juzgan si lo juzgo a usted. Y es verdad, solo he escuchado cosas negativas sobre usted, me he dejado llevar por opiniones de otros, cuando en realidad... quisiera creer que no es malo tener un pensamiento diferente, ¿verdad?

—No, claro que no. —Se giro de nuevo a mí, volviendo sobre sus pasos —Y no todos me han dejado demostrar lo contrario a lo que se dice de mí... ¿me daría usted la oportunidad? —su voz había salido con un calmado susurro, y se había acercado tanto que ahora invadía mi espacio, era poco propio, pero no podía decirle que se apartara, me gustaba la cercanía a la que se encontraba, y sin controlar mi cuerpo, di otro paso hacia él, dejando sus labios a pocos centímetros de los míos. 

Nos miramos a los ojos, y algo en su mirada me rogaba a que diera el primer paso, pero fue él quien hablo. 

—¿Puedo...? No sabe las incontrolables ganas que tengo de besarla.

Trague saliva, algo que no paso por alto y se inclino un poco más. Una vocecita me decía que lo besara, pero otra, la más razonable, que extrañamente se escuchaba con la voz de mi madre decía que no, sería un escándalo si llegaba a saberse. 

Puse mis manos sobre su pecho y lo empujé levemente. —No es apropiado, lo siento.

—No se disculpe, fue impulsivo de mi parte —ambos retrocedimos. —Lamento...

—¡Armstrong! tu padre te está buscando —un joven rubio, de igual estatura a la de él, se acercó e hizo una reverencia a la que correspondí —Buenas noches señorita, disculpe la intromisión, pero debo llevarme al joven...

—Claro no hay...

—¡Rebecca! —Sámuel venia a toda prisa a donde estábamos nosotros —Buenas noches caballeros... —saludó y se giró a verme —Vámonos o madre te encontrará aquí y no esta muy contenta.

Me alarmé completamente y lo tome de la mano para irnos de prisa. Solo había dado unos pasos cuando sentí que me tomaban del brazo, me gire para darme cuenta que había sido el joven Armstrong quien tomó mi mano y puso sobre ella un reloj de bolsillo, susurrándome al oído.

—Devuélvamelo cuando nos volvamos a encontrar... 

Lo mire a los ojos y me atreví a besarle la mejilla. En cuanto reaccione, nos fuimos del lugar y antes de que lo perdiera de vista, voltee hacia atrás. Aquel caballero me miraba desde la distancia, con una sonrisa tonta en su rostro.


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¿Se emocionaron? Porque yo sí.

Nos seguimos leyendo...

Besos, Roksy.

Cuando Nos Volvamos A EncontrarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora