Armstrong B.
Sentía una emoción enorme, como si en mi pecho revolotearan cientos de mariposas dentro. El suave toque de su boca no solo había acelerado mi corazón, había creado un caos en mis pensamientos, trayendo consigo la idea de querer sentir de nuevo sus labios sobre mi mejilla, o mejor aún, besarla en los labios, pero reuniendo todo el control que debía tener, frené aquellas intenciones.
Sabía que sus acciones eran impulsadas por cierto agradecimiento que tenia hacia mí y el ofrecimiento de una amistad con ella, sin embargo, no puedo controlar los efectos que me provoca en mis sentimientos cuando hace cosas como esta. ¿Debería acaso decirle que no vuelva a hacerlo, por consideración a mis sentimientos? o ¿Disfrutar en secreto aquella sensación de tenerla cerca? Aún, cuando probablemente mi corazón salga herido.
La dulce voz con la que hablo de nuevo, me hizo prestarle atención.
—No es nada comparado al maravilloso día que me has regalado hoy, pero quería que tuviéramos algo que compartiéramos juntos. —Del bolsillo derecho de su vestido sacó una pequeña caja alargada y rectangular. Quitó la tapa y la puso sobre sus piernas. Eran dos esclavas delgadas de oro que llevaban colgados un dije en cada una, con la versión miniatura de la fachada de la biblioteca. —Cada vez que salgamos podremos añadirle un dije mas... ¿te gusta?
—Claro —respondí con una sonrisa— ¿En que momento las has comprado? —cuestioné, mirando la caja. Ella había estado conmigo en todo momento.
—En la recepción de la biblioteca. Había un mostrador de vidrio a unos metros de donde se piden las fichas, y las compré mientras tú estabas rellenando la fórmula. —explicó, mientras sacaba una de las esclavas y la abrochaba al rededor de mi muñeca. —¡Se ve estupenda! Abróchame la mía.
Extendió su brazo, dándome la esclava restante. En cuanto se la hube puesto, tomó nuestras manos, alzándolas a luz.
—Me encanta tener un amigo con quién compartir estás cosas —dijo con una enorme sonrisa—. Gracias Armstrong.
Nos miramos por unos segundos, sintiendo una conexión inexplicable, haciéndome sentir las mismas emociones de la noche en que la conocí, y sabiendo que no podía seguir mirándola, o mis impulsos lo estropearían todo, aparté la mirada. Respiré un par de veces, para intentar calmar a mi acelerado corazón. Concentrándome en qué ella necesitaba de alguien en quien confiar.
Tras un par de minutos en silencio cómodo, con la mente en pensamientos sin importancia, ella soltó una carcajada. Por un momento me sentí perdido al no saber del porqué se reía, pero al mirar en la dirección en qué ella lo hacía, encontré la razón. Rebecca observaba a un niño que se encontraba sobre la acera de enfrente, totalmente extendido en el suelo mientras lloraba. Me giré a verla, parecía que no podía parar de reír.
Pequeñas lágrimas comenzaron a formarse sobre sus ojos mientras sostenía su estómago.
—Y-yo, yo lo siento... —su respiración era entrecortada por la risa. Por unos segundos guardo silencio y tomó un respiro profundo. —Perdona mi falta de modales, solo que ha sido tan repentino, como graciosa, la caída de ese pequeño que... —se interrumpió así misma con otra pequeña risa— no pude guardar la compostura.
La mire por un momento, tratando de mantener el rostro apacible, pero al final no pude evitar soltar una risa junto a la suya. Era tan fácil contagiarse de ella. Soltando un suspiro, pensé en lo cómoda que debía sentirse conmigo al permitirse actuar así, y con una sonrisa enternecida, pellizque una de sus mejillas.
—No importa, me agrada verte reír —respondí.
—Contigo me siento bien...
Un leve golpe en el parabrisas, nos hizo mirar al frente. Mi hermana y Rita se encontraban de pie aún lado del auto esperando a que saliéramos.
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Cuando Nos Volvamos A Encontrar
RomanceComprometerse es el único propósito para las jóvenes del antiguo Londres, pero no tanto para Rebecca. En realidad el tema del matrimonio es mencionado principalmente por su madre, quien insiste en conseguir el hombre adecuado para su hija, incluso s...