Subimos al taxi del eterno tormento

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Andy

Annabeth nos esperaba en un callejón de la calle Church. Tiró de Tyson, de Percy y de mí justo cuando pasaba aullando el camión de los bomberos en dirección a la Escuela Meriwether.

—¿Dónde lo encontraron? —preguntó, señalando a Tyson.

En otras circunstancias nos habríamos alegrado mucho de verla. El verano anterior habíamos acabado haciendo las paces, pese a que nos usó como herramientas y casi nos matan por eso. La perdonamos por esa vez, en el fondo tiene corazón, solo se necesita un taladro gigante para verlo. Y, aunque nunca lo admitiremos en voz alta, la extrañamos mucho.

Pero en ese momento acababan de atacarnos un grupo de gigantes caníbales; Tyson nos había salvado la vida tres o cuatro veces, y todo lo que se le ocurría a Annabeth era mirarlo con fiereza, como si él fuese el problema.

—Es nuestro amigo—le dijimos.

—¿Es un sintecho?

—¿Qué tiene eso que ver? -le gritó Percy enojado-Puede oírte, ¿sabes? ¿Por qué no se lo preguntas a él?

Ella pareció sorprendida.

—¿Sabe hablar?

—Hablo —reconoció Tyson—. Tú eres preciosa.

—¡Puaj! ¡Asqueroso! —exclamó apartándose de él.

No podíamos creer que se comportara de un modo tan grosero. Perce y yo le miramos las manos a Tyson, esperando ver un montón de quemaduras a causa de aquellas bolas ardientes, pero no, las tenía en perfecto estado: mugrientas, eso sí, y con cicatrices y unas uñas sucias del tamaño de patatas fritas. Pero ése era su aspecto habitual.

—Tyson —dijo Percy con incredulidad—. No tienes las manos quemadas.

—Claro que no —dijo Annabeth entre dientes—. Me sorprende que los lestrigones hayan tenido las agallas de atacarlos estando con él.

Tyson parecía fascinado por el pelo rubio de Annabeth. Intentó tocarlo, pero ella le apartó la mano con brusquedad. Algunas veces me preguntó cómo somos amigos.

—Annabeth —dijo Perce—, ¿de qué estás hablando? ¿Lestri... qué?

—Lestrigones. Esos monstruos del gimnasio. Son una raza de gigantes caníbales que vive en el extremo norte más remoto. Ulises se tropezó una vez con ellos, pero yo nunca los había visto bajar tan al sur como para llegar a Nueva York...

—Lestri... Lo que sea, no consigo decirlo. ¿No tienen algún nombre más normal? -pregunté.

Ella reflexiona un momento.

—Canadienses —decidió por fin—. Y ahora, vamos. Hemos de salir de aquí.

—La policía debe de estar buscándonos.

—Ése es el menor de nuestros problemas —dijo—. ¿Alguno ha tenido sueños últimamente?

—Sueños... ¿sobre Grover? -pregunté nerviosa.

Su cara palideció.

—¿Grover? No. ¿Qué pasa con Grover?

Le conté mi pesadilla.

—¿Por qué nos lo preguntas? -preguntó Percy- ¿Sobre qué has soñado tú?

La expresión de sus ojos era sombría y turbulenta, como si tuviera la mente a cien mil kilómetros por hora.

—El campamento —dijo por fin—. Hay graves problemas en el campamento.

—¡Nuestra madre nos dijo lo mismo! ¿Pero qué clase de problemas? -dijo mi hermano.

Los Gemelos Jackson y el Mar de los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora