Nadie consigue el vellocino de oro

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—¡He atrapado a Nadie! —decía Polifermo, regodeándose.

Nos deslizamos hasta la entrada de la caverna y al asomarnos vimos al cíclope, que sonreía con aire malvado y sostenía un puñado de aire. El monstruo agitó el puño y una gorra de béisbol cayó al suelo planeando. Allí está Annabeth, sujeta por las piernas y retorciéndose boca abajo.

—¡Ja! —dijo Polifermo—. ¡Repulsiva niña invisible! Ya tengo otra muy peleona para casarme. ¡A ti te voy a asar con salsa picante de mango!

Annabeth forcejeaba, pero parecía aturdida. Tenía un corte muy feo en la frente y los ojos vidriosos.

—Andy y yo vamos a atacarlo—le susurró Percy a Clarisse. Asentí lista para luchar—. Nuestro barco está en la otra parte de la isla. Tú y Grover...

—Ni hablar —dijeron los dos al unísono. Clarisse iba armada con una lanza rematada con un cuerno de cordero que había sacado de la colección del cíclope. Grover había encontrado un hueso de muslo de oveja con el que no parecía muy contento, pero lo blandía como si fuese una porra.

—Atacaremos juntos —gruñó Clarisse.

—Sí —dijo Grover. Y pestañeó atónito, como si no pudiera creer que hubiese coincidido en algo con Clarisse.

—Está bien —dijimos—. Plan de ataque Macedonia.

Ellos asintieron. Los cuatro habíamos pasado los mismos cursos de entrenamiento en el Campamento Mestizo. La única clase donde aprendí algo. Sabían de qué estabamos hablando. Ellos se deslizarían a hurtadillas y atacarían al cíclope por los flancos mientras nosotros atraíamos su atención por el frente. Seguramente, aquello significaba que moriríamos todos, y no sólo Percy y yo, pero no por eso dejaba de agradecer su apoyo.

Blandimos nuestras espadas y grité:

—¡Eh, tú, bicho horrible!

El gigante giró en redondo.

—¿Otro? ¿Ustedes quienes son? ¿Son clones?

—Deja a nuestra amiga-dijo Percy-Nosotros fuimos los que te insultaron.

—¿Ustedes son Nadie? ¿Siempre fue dos clones?

—¡Hasta que al fin te das cuenta! —dije usando mi mejor actuación- —. ¡Nosotros somos Nadie y a mucha honra! Ahora, déjala en el suelo y ven aquí. Quiero sacarte el ojo otra vez.

—¡¡Raaaarrr!! —rugió.

La buena noticia: soltó a Annabeth. La mala: la dejó caer de cabeza sobre unas rocas, donde quedó inmóvil como un muñeco de trapo. Otra mala noticia: Polifemo corrió hacia nosotros, quinientos apestosos kilos de cíclope que debía combatir con nuestras espadas.

—¡Por Pan! —Grover surgió por la derecha y lanzó su hueso de oveja, que rebotó, inofensivo, en la frente del monstruo.

Clarisse apareció por la izquierda, colocó la lanza contra el suelo, justo a tiempo para que el cíclope la pisara, y se echó a un lado para no quedar atrapada. Polifemo soltó un aullido de dolor, pero se arrancó la lanza como si fuese una astilla y siguió avanzando.

Aguardamos con nuestras espadas preparadas.

El monstruo trató de agarrar a mi gemelo con su mano gigantesca. Ambos rodamos a lados diferentes y le lanzamos unos tajos en los muslos. Tenía la esperanza de ver cómo se desintegraba, pero aquel monstruo era demasiado grande y poderoso.

—¡Encárgate de Annabeth! —le gritó Percy a Grover.

Corrió hacia ella, recogió su gorra de invisibilidad y la alzó en brazos, mientras Clarisse y yo tratábamos de distraer a Polifemo. Tenía que reconocerlo: Clarisse era muy valiente. Atacaba una y otra vez al cíclope, que intentaba pisotearla y echarle mano sin ningún éxito. Era demasiado rápida para dejarse atrapar. Y en cuanto ella lanzaba un ataque, nosotros la secundábamos pinchándole al cíclope un dedo del pie, el tobillo o la mano.

Los Gemelos Jackson y el Mar de los MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora