Mil perdones por no publicar por tanto tiempo. He estado algo ocupada y tuve algunos problemas técnicos. Por lo que esta semana intentare ponerme al día con las publicaciones atrasadas.
En cuestión de mitología, hay una cosa que mi hermano y yo odiamos aún más que los tríos de viejas damas: los toros. El verano anterior habíamos combatido con el Minotauro en la cima de la colina Mestiza. Pero lo que vimos allá arriba esta vez era peor; había dos toros, y no toros cualesquiera, sino de bronce y del tamaño de elefantes. Y, por si fuera poco, echaban fuego por la boca. Eran dragones-toro.
En cuanto nos salimos del taxi, las Hermanas Grises salieron corriendo en dirección a Nueva York, donde la vida debía de ser más tranquila. Ni siquiera esperaron a recibir los tres dracmas de propina. Se limitaron a dejarnos a un lado del camino, tal vez mi hermanito finalmente logró asustar a alguien. Allí estábamos: Annabeth, con sólo su mochila y su cuchillo,Tyson, Percy y yo , todavía con la ropa de gimnasia chamuscada.
-Oh, dioses-dijo Annabeth observando la batalla, que seguía con furia en la colina.
Lo que más me inquietaba no eran los toros en sí mismos, ni los diez héroes con armadura completa tratando de salvar sus traseros chapados en bronce. Lo que me preocupaba era que les toros corrían por toda la colina, incluso por el otro lado del pino. Aquello no era posible. Los límites mágicos del campamento impedían que los monstruos pasasen más allá del árbol de Thalia. Sin embargo, los toros metálicos lo hacían sin problemas.
Uno de los héroes gritó:
- ¡Patrulla de frontera, a mí! -Era la voz de una chica áspera y familiar. Gruñí en silencio.
- ¿Patrulla de frontera? -murmuró Percy-El campamento no tiene ninguna patrulla de frontera.
-Es Clarisse-dijo Annabeth, confirmando mis temores-Venga, tenemos que ayudarla.
Normalmente, correr en socorro de Clarisse no habría ocupado un lugar muy destacado en mi lista de prioridades, por no decir que no lo haría ni en el inframundo; era una de las peores abusonas de todo el campamento. Cuando nos conocimos, trató de introducir mi cabeza y la de mi hermano en un inodoro. Además, era hija de Ares, y yo había tenido un grave encontronazo con su padre el verano anterior, de manera que ahora el dios de la guerra y todos sus hijos me odian. Lo bueno es que el sentimiento era mutuo.
Aun así, estaba en problemas. Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Uno de los héroes gritaba y agitaba los brazos mientras corría en círculo con el penacho de su casco en llamas, como un fogoso Mohawk. La armadura de la propia Clarisse estaba muy chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulación del hombro de un toro metálico.
Perce y yo destapamos nuestros bolígrafos y con un temblor empezaron a crecer y hacerse más pesados, y en un abrir y cerrar de ojos tuvimos las espadas de bronce Anaklusmos y Diní en nuestras manos.
-Tyson, quédate aquí-le ordené.
-No queremos que corras más riesgos-completo Percy.
- ¡No! -dijo Annabeth-Lo necesitamos.
Perce y yo la miramos.
-Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, pero lo que no puede-dijo mi hermano.
-Percy, Andy ¿saben quiénes son ésos de ahí arriba? Son los toros de Cólquide, obra del mismísimo Hefesto; no podemos combatir con ellos sin el Filtro Solar FPS 50,000 de Medea, o acabaremos carbonizados.
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Los Gemelos Jackson y el Mar de los Monstruos
FanfictionPercy y Andy han vuelto para otra aventura. Con más locuras y desastres. Leer el ladrón del Rayo antes. Actualizaciones cada semana. El mundo de Percy Jackson le pertenece a Rick Riordan. Solo Andy es mía.