¿Alguna vez has llegado a casa y te has encontrado tu habitación hecha un desastre? ¿Acaso algún alma caritativa (hola, mamá) ha intentado limpiarla y, de repente, ya no logras encontrar nada? E incluso si no falta nada, ¿no has tenido la inquietante sensación de que alguien había estado husmeando entre tus pertenencias y sacándole el polvo a todo con cera abrillantadora de limón?
Así es como nos sentíamos Perce y yo al ver el Campamento Mestizo nuevo.
A primera vista, las cosas no parecían tan diferentes. La Casa Grande seguí en su sitio, con su tejado azul a dos aguas y su galería cubierta alrededor; los campos de fresas seguían tostándose al sol. Los mismos edificios griegos con sus blancas columnas continuaban diseminados por el valle: el anfiteatro, el ruedo de arena y el pabellón del comedor, desde donde se denominaba el estuario de Long Island Sound. Y acurrucadas entre los bosques y el arroyo, las cabañas de siempre: un estrafalario conjunto de doce edificios, cada uno de los cuales representaba un dios del Olimpo.
Pero ahora el peligro estaba en el aire y podías percibir que algo iba mal; en vez de jugar al voleibol en la arena, los consejeros y los sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de las herramientas. En el lindero del bosque había ninfas armadas con arcos y flechas charlando inquietas, y el bosque mismo tenía un aspecto enfermizo, la hierba del prado se había vuelto de un pálido amarillo y las marcas de fuego en la ladera de la colina resaltaban como feas cicatrices.
Alguien había desbaratado mi lugar preferido de este mundo, y quien lo había hecho iba a enfrentar mi espada.
Mientras nos encaminábamos a la Casa Grande, reconocí a un montón de niños del verano pasado, pero nadie se detuvo para charlar. Nadie nos dio la bienvenida. Algunos reaccionaron al ver a Tyson, pero la mayoría pasó de largo con aire sombrío y continuó con sus tareas, como llevar mensajes o acarrear espadas para afilarlas con piedras. El campamento parecía una escuela militar, y sé de lo que hablo, créeme, a Percy y a mí nos habían expulsado de un par. Nunca lograron domarme.
Nada de todo eso le importaba a Tyson, pues estaba absolutamente fascinado por lo que veía.
- ¿Qué es eso? -preguntó asombrado.
-Los establos de los pegasos -le dijo Percy-. Los caballos voladores.
- ¿Qué es eso?
-Los baños.
- ¿Qué es eso?
-Las cabañas de los campistas; si no saben quién es tu progenitor olímpico, te asignan la cabaña de Hermes (esa marrón de allí), hasta que determinan tu procedencia. Una vez que lo saben, te ponen en el grupo de tu padre o tu madre-le explicó Percy.
Nos miró maravillado.
- ¿Ustedes...tienen cabaña?
-La número tres-Señalé un edificio bajo de color verde, construido con piedras marinas.
- ¿Tienen amigos en la cabaña?
-No. Sólo nosotros-dijimos.
En realidad, no nos apetecía explicárselo, contarle la verdad embarazosa: nosotros era los únicos que ocupaban aquella cabaña porque se suponía que no debíamos estar vivos. Los Tres Grandes (Zeus, Poseidón y Hades) habían hecho un pacto después de la Segunda Guerra Mundial para no tener más hijos con los mortales. Nosotros éramos más poderosos que los mestizos corrientes. Éramos demasiado impredecibles. Cuando nos enfurecíamos teníamos tendencia a crear problemas...como la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, o luchar contra un dios en pleno ataque de ira, como en mi caso, larga historia. El pacto de los Tres Grandes se había roto sólo dos veces, porque algunos dioses no podían mantener los pantalones puestos: una, cuando Zeus engendró a Thalia; otra, cuando Poseidón nos engendró a mí y a Percy. Ninguno de los tres tendríamos que haber nacido.
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Los Gemelos Jackson y el Mar de los Monstruos
FanfictionPercy y Andy han vuelto para otra aventura. Con más locuras y desastres. Leer el ladrón del Rayo antes. Actualizaciones cada semana. El mundo de Percy Jackson le pertenece a Rick Riordan. Solo Andy es mía.