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24. pero quiero que me esperes y que no se me haga tarde.

Pasé la puerta del negocio de mis abuelos y cerré los ojos inconscientemente para después aspirar el rico aroma que provenía de los hornos de la pastelería; olor a facturas y pan casero.

Había venido a comprar unas medialunas de manteca para llevarlas a casa de Enzo, ya que nos íbamos a juntar para hablar o más bien para que me aclarara porque me había mentido diciéndome que se iba a ir todo el fin de semana a Uruguay cuando en realidad seguía en Buenos Aires y se había juntado para hablar con Marcos.

Me acerqué hasta el mostrador y abrí los ojos de par en par al ver quién estaba trabajando como camarero en la pastelería.

Simón Hempe.

El todavía no se había percatado de mi presencia, ya que estaba de espaldas preparando cafés y colocando todos los platos en la bandeja que tenía que llevar a una de las mesas, en cuestión de segundos se giró hacia el mostrador buscando algo y ahí fue cuando finalmente aparecí en su campo de visión.

Noté como su cuerpo se tensó y no ejercía ningún movimiento. No sabía que hacer, ni que decir.

No nos veíamos hacía mucho tiempo, demasiado diría yo, ya que recordaba vagamente cuando había sido la última vez que lo había visto. No me quería arriesgar a decir que fue en el viaje que hicimos a Gesell porque estaría exagerando.

—Buen día Gre, ¿ya sabes que vas a pedir?—preguntó para cortar esa tensión que había en el ambiente después de unos minutos en los que reinó el silencio y se acercó hasta el ordenador del mostrador para empezar a anotar mi pedido.

Alce la ceja al ver como me había llamado por el diminutivo de mi nombre, pero le resté importancia. No era momento, ni lugar para generar reclamos, ni peleas y mucho menos con Simón que ya bastante nervioso estaba con mi presencia.

—¿Trabajas acá?—cuestioné evitando totalmente su pregunta, el asintió apenas y yo me relamí los labios para después agregar:—¿Desde cuando?

—Desde el finde. Necesitaba el laburo y como tus abuelos estaban buscando a alguien, me animé—declaró el ojimarrón mientras se rascaba la nuca en símbolo de nerviosismo.

No le contesté.

—Déjame media docena de medialunas de manteca para llevar.

Observe cómo iba agarrando las medialunas y las ponía en una bandejita de cartón para después envolverlas en papel de pastelería. Me las entregó por encima del mostrador y me intentó regalar una sonrisa de boca cerrada pero le terminó saliendo una mueca.

Saqué la billetera para poder pagarle y me hizo una seña con la mano mientras negaba,—Dale Simón, cóbrame.

—No puedo, me dijo tu abuelo que cada vez que viniera un familiar no le cobrara—explicó el morocho provocando que yo rodara los ojos—Bastante estás pagando como para tener que verme la cara acá.

Bufé sacando todo el aire de mis pulmones.
Este chico no cambiaba más.

—Tampoco exageres, que no tenga ningún tipo de relación con vos después de lo que pasó, no quiere decir que te vaya a hacer la vida imposible por estar laburando en el local de mis abuelos, no te confundas.

—Ya lo sé Grecia, pero igualmente estás en todo tu derecho de hacerlo porque fui un pelotudo y me porté muy mal con vos. Eras mi amiga y no merecías eso, hasta día de hoy me arrepiento de muchas cosas de las que dije—informó con un semblante serio y usando un tono de culpabilidad haciéndome ver que estaba realmente arrepentido—Muchas veces te escribí para intentar solucionar esto o por lo menos tener un trato cordial por si el día de mañana nos veíamos en la calle, pero me tenías bloqueado de todas las redes sociales y tampoco quería molestar a los chicos con ese tema.

Me pasé la mano por la cara y chasqueé la lengua.

—Mirá Simón, creo que no estamos en el mejor lugar para hablar de este tema precisamente, así que si querés un día organizamos y nos sentamos a hablar como dos personas civilizadas para que me expliques o me digas todas esas cosas que tenés guardadas y necesitas soltar—demandé mientras volvía a sacar mi billetera y dejaba un par de billetes de mil pesos en el mostrador—Agárralos y guárdalos, ya hablaremos de todo esto. Nos vemos.

Salí del negocio sin esperar una respuesta por parte de Simón y empredí el trayecto desde la pastelería hasta la casa de Enzo que por suerte estaba a siete cuadras.

Toqué el timbre y en cuestión de segundos, en mi campo de visión estaba Enzo con Ada y Uma en brazos, sonreí al ver esta imagen y me acerqué para saludarlo con un beso, pero me corrió la cara y terminé dándole el beso en el cachete.

Lo miré confundida y con el ceño fruncido,—¿Paso algo?

No me contestó, simplemente se acercó hasta la mesa que estaba en el comedor e hizo un movimiento con la cabeza para que me sentara.

Me acerqué hasta la mesa y puse las medialunas arriba de esta para después sentarme y mirarlo detenidamente al notar ese cambio tan abrupto en su actitud. Desde que había entrado al departamento no había tenido ningún tipo de contacto conmigo, ni siquiera me miraba cosa que me parecía bastante rara ya que el nunca se había comportado así conmigo.

Lo vi remojarse los labios constantemente y mirando a un punto fijo del living como si fuera lo más entretenido del mundo, de un momento para el otro, pasó una mano por su pelo y conectó sus ojos con los míos;

—No estoy preparado para esto Grecia, no puedo estar con vos.






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a veces me agarra amor/odio con esta fic; en el sentido de que a veces la amo a más no poder y pienso que es una joyita y otras veces pienso que es una real poronga y la quiero borrar :)

kilig ; enzo vogrincic Donde viven las historias. Descúbrelo ahora