Diez

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El exterior de mi casa me recibe solo y triste, como siempre. Abro el pórtico y entro con el auto, estoy mucho más tranquila de no ver a Ryan por aquí. Tomo mi celular y marco el número de Isaac con la única intención de cumplir mi promesa de llamarlo cuando llegue, para nada es el echo de que dos tardes enteras en su casa me hagan extrañarlo y al ambiente de familia que hay allí. Que definitivamente en mi casa no hay

— ¿Ocurrió algo? ¿Ryan está ahí? ¿Tay?— Su voz se escucha preocupada incluso bajo el tono robótico de la llamada. Se me calienta el pecho y el sentimiento es tan lindo que, por primera vez cuando se trata de este García, me permito sentirlo.

— Estoy bien, no te preocupes más. — Percibo mi voz demasiado dulce y calmada pero es el efecto ya común que el provoca en mi. Bajo su voz sonante en mi auto, encerrada aquí sola en este frío y oscuro pórtico, siento florecer muchas cosas alrededor.

El sentimiento de Ryan asechando desaparece por completo, la soledad que nunca me abandona ya no se siente. Estoy sonriendo en una casa que las sonrisas son un lujo por alguien quien ni siquiera está cerca pero aún así lo siento aquí. Su tacto en mi espalda, los abrazos calientes, las miradas sutiles, todas esas cosas están aquí. Y sin embargo el chico de ojos café está tan lejos que solo me basta con soñar, por más necesario que sea despertar. Pero tan irónico como suena, mis pensamientos son tristes pero yo estoy feliz. No encuentro porque, pero la cabeza se me llena de algo que no conozco.

Mas bien, no quiero conocerlo. Porque me gusta Isaac García, y eso nunca saldrá bien.

— ¿Estas sola? — Su voz me regresa en tiempo y espacio. Su pregunta activa mi mente y, de echo, no me siento sola. Alarmada buscó a mi alrededor pensando que mi presentimiento puede ser Ryan, pero justo veo algo mucho peor.

— Lamentablemente no.— La puerta que une la casa del estacionamiento está abierta y se ve una figura esbelta con vestimenta formal. Su postura es tan recta y delicada que podría pensarse que es un modelo, pero el cabello canoso y las arrugas de mi padre horrorizarían a la cámara.

— ¿Debería preocuparme?

— Mis padres llegaron.

— Verga... — No soy consciente de la risa ligera hasta que la suelto. Me da mucha risa cuando habla español porque está perdiendo su acento. Aunque el se rehusé a aceptarlo.— ¿Me quedo en línea?

— Más tarde te llamo. En cuanto me duche puedes terminar de contarme porque crees que sería buena idea ir a la feria del condado juntos.

— Te voy a convencer, Tay. Da lo por hecho.

Nos despedimos y colgamos. El segundo de silencio que sigue es tenso, mi padre sigue ahí parado con su mirada tan fría en mi que solo puede significar un reproche. Antes era intimidante, ahora es patético. El y su estúpida ley de hielo porque al parecer es demasiado inmaduro para lidiar situaciones con comunicación y propiedad, como debería hacerlo un adulto de cuarenta y siete años.

Recojo mis cosas y por fin salgo del auto, y con todo pronóstico de anticipación su saludo gélido llega:— ¿No pensabas llegar?

— ¿Ustedes tampoco? — Me paro a su lado, la puerta es tan angosta que nos permite quedarnos ahí. El me mira de soslayo pero yo ni siquiera le doy el privilegio de mi mirada, no se la merece tampoco.— Llevan casi dos meses sin pisar esta casa.

— Yo no le debo hora de llegada a nadie.

— Yo tampoco. — Cierro la puerta del pórtico de un solo tirón en su cara, encerrándonos a las tres desalmadas personas dueñas de esta casa.

— Compórtate, Taerin. Estas muy grande para actuar como una mocosa malcriada. — Es curioso porque el nunca me crió realmente. Comienzo mi camino hacia las escaleras porque tengo mejores cosas que hacer que discutir con el Iceberg de mi padre y la muda de mi madre. — Cada vez que salgas de esta casa avisarás y serás responsable de llegar a más tardar las nueve de la noche.

HOPELESS || Isaac García Donde viven las historias. Descúbrelo ahora