Capítulo X

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Algo había cambiado. Algo indefinible.
Sergio casi podía palpar sus propias palabras, vibrando en el aire. Demasiado tarde como para retirarlas, aunque hubiera querido. De todos modos, ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan vivo. Una simple mirada a Charles Leclerc y sentía que todo él se encendía en llamas.

Su forma de moverse y de pensar lo intrigaba. Sus caricias, su risa, lo excitaban más de lo que lo hubiera excitado nadie nunca. Estar junto a él sin poder abrazarlo, sin poder tocarlo, sin poder saborearlo, era una dulce tortura que matenía su cuerpo alerta y le hacía hervir la sangre. Y no sabía que hacer.

Charles respiró hondo y soltó el aire lentamente.
—¿Quieres venir a cenar a casa esta noche?
Cenar, cenar con él y con su padre. Inmediatamente, Sergio se imagino a sí mismo sentado frente a el coronel Leclerc, tratando de ocultar el deseo que sentía por su hijo. No era precisamente su idea de diversión. De todos modos tampoco podía aceptar la invitación.

—No puedo; esta noche tengo que ir a cenar a casa de mi hermana—Contestó Sergio observando la desilución en el rostro de Charles y antes de que pudiera darse cuenta añadió—¿Por qué no vienes conmigo?

Charles abrió inmensamente los ojos, sorprendido. Era agradable que Sergio fuera quién lo sorprendiera, para variar.
—Me gustaría mucho.
—Bien, ire a recogerte a las seis.

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Horas más tardes, las palabras de Sergio seguían resonando en la mente de Charles. Cada vez que recordaba la expresión de sus ojos, o la fuerza y la suavidad con la que lo agarraba, el corazón se le aceleraba.

Sergio lo necesitaba ¿Pero lo amaba? Bueno, lo había llevado a cenar a casa de su hermana ¿No? Eso tenía que significar algo.

Los Pérez, al completo, resultaban un tanto imponentes. Incluso Paola, la única chica de la familia, mantenía con vehemencia sus puntos de vista. Sergio y sus hermanos se turnaban cuidando de la hija de Paola, y todos babeaban en cuanto la niña se acurrucaba en sus rodillas.

Todos ayudaron a recoger y fregar los platos, chocando en la diminuta cocina. El ambiente estaba cargado de risas, Charles se sentía como e casa.

Envidiaba el amor que sentían unos hermanos por los otros, y se preguntaba si apreciaban correctamente ese lazo familiar. Como hijo único Charles siempre había deseado tener hermanos.
Por fin veía cuánto había perdido en su solitaria infancia.

Ver a Sergio en su elemento contribuyo a aumentar su admiración por él. Con su familia se transformaba en el hombre dulce del que él solo había vislumbrado ligeros atisbos. Se mostraba abierto, accesible y todos los demás lo querían.

Charles comprendió entonces que él también quería ser importante en su vida, y darse cuenta de eso no le causo sino dolor. Quería formar parte de su familia. Pero en menos de dos semanas abandonaría la base. Volvería a su apartamento. A su trabajo. Y a la soledad.

Charles contempló a Sergio. Un simple vistazo y la sangre le hervía. Él reía por algo que le había dicho su hermano, y arrullaba a su sobrina. Aquello lo derritió. Charles contuvo el aliento, lo deseaba tanto que no pudo evitar ponerse de pie, nervioso.

—Conozco esa mirada—Comentó Paola, sentada junto a él.
—¿Cómo?—Sobresaltado y violento, Charles se volvió hacia ella-¿Qué mirada?
—La que pones, cada vez que miras a Checo.
—No, yo...
—Yo ponía la misma cada vez que mi esposo venía a casa—Sacudió la cabeza Paola, sin darle opción.
—No sabía que resultara evidente.
—Tranquilo, no lo es—Sonrió Paola—Dudo que ninguno de esos cavernicolas se haya dado cuenta de eso, incluyendo a Checo.

Pureza Virginal.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora