Capítulo 4: Esa noche juntos fue un error

14 4 14
                                    

Vladimir

Acompañar a Viktor y a la señorita Gómez a almorzar en el restaurante de aquella arpía no había sido una buena idea de mi parte. Me había rechazado, abiertamente. Dando por hecho, de que era pésimo en la cama y una total decepción como hombre.

«No eres mi tipo, Vladimir. Esa noche juntos fue un error», sus osadas palabras martillaban con fuerza en mi cabeza. Podía imaginarla, enfrentándome a mí con su oscuro cabello rizado, moviéndose de un lado a otro rebelde. Mientras que yo sólo quería callarla a besos, a cómo diera lugar.

Angie, no era la mujer más hermosa con la que me había acostado a lo largo de los años, pero sí la más cautivadora. No tenía nada que ver con nuestra evidente tensión sexual, ni con aquella sonrisa traviesa suya. Había algo inexplicable en ella, que me hacía odiarla tanto como desearla. Sonaba ridículo, pero me estaba comenzando a hartar de sobremanera.

Nuestra discusión al acercarse  la susodicha a la mesa a tomar el pedido del almuerzo fue de esperarse. Como siempre, Claudia y Viktor intervinieron antes de que la morena se lanzara a mi cuello y yo al de ella. Para mi pesar, la comida del restaurante estaba tan buena que no pude evitar repetir. Cosa que definitivamente no tuve que haber hecho. A los pocos minutos de terminar mi fría limonada, sentí como mis entrañas se licuaban dolorosamente. Algo, se removió en mi estómago.

No supe como llegué consciente al hotel en compañía de Viktor. Ni siquiera como sobreviví a los vómitos que acontecieron después y a la horrible diarrea, que me provocó aquella exótica comida.

No obstante, cuando desperté  en mi habitación antes de caer la noche, me encontré a la causante de todos mis males dormida a mi lado en la cama. Parecía otra, sumida en un profundo sueño. Aparté un mechón de cabello de su angelical rostro y sonreí tontamente. Era hermosa, más hermosa de lo que quería admitir.

Más, todo el odio que sentía por ella regresó a mí como el torrente de un río embrabecido por las lluvias de una tormenta al recordar lo sucedido. La desperté con poca delicadeza, azuzándola con fuerza. Iba a darle su merecido, poco me importaban las consecuencias de mis actos en aquel momento.

—¿Estás bien?—Preguntó con inocencia. Bostezó sonoramente para mirarme con ojos brillantes de cordero—. ¿Te sientes mejor?

—¿Que-é si estoy bien?—Me carcajeé, encendiendo la luz de la lámpara que reposaba a un lado de la cama. Quería azuzarla por los hombros y estremecerla del miedo con mi rostro descolocado por la rabia—. ¡¿Tu comida por poco me envenena y me preguntas si estoy bien?! ¡Serás cínica!

—Lo siento-o...—Tartamudeó apenada, incorporándose en el asiento frente a mi cómoda cama—. Reconozco que fui algo agresiva, pero en mi defensa sabes que tú también. Lamento haberte puesto un laxante en tu bebida...—Hizo una leve pausa, conteniendo una cínica sonrisa y me miró divertida—. Espero que hayas aprendido la lección.

—¿Hiciste qué?—Pregunté atónito, sintiendo la sangre hervir dentro de mi fogosa piel—. ¡Me has intentado envenenar! ¿Y si moría?

—¡Por favor, Vladimir!—Se jactó refunfoñona por semejante reclamo. Angélica se levantó de su asiento y sostuvo unas bolsas que había dejado en la mesa circular de la habitación. Con una sonrisa que declaraba una tregua entre nosotros, me extendió cortésmente las bolsas—. Te he traído algo delicioso para hacer las pases entre nosotros. Lo he preparado yo misma.

—¡No voy a probar ni un maldito bocado!—Le grité, arrebatándole las bolsas de comida para lanzarlas contra el espejo de la habitación.

El contenido de los posuelos, una apetitosa sopa, se extendió por el suelo entre los filosos cristales del espejo roto. Angie se quedó convertida en piedra a mi lado, visiblemente asustada. Tuvieron que pasar algunos segundos para que ella reaccionara. Me miró despectivamente y apartó varios mechones de cabello de su atractivo rostro.

Habanera (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora